Carmen llega a las ocho, pone el agua para el mate y enseguida se va al dormitorio porque la ayuda a levantarse y a vestirse.
Después, se sientan en la galería. Ella en el sillón de hamaca y Carmen en una silla cercana a la punta de la mesa, donde despliega las tostadas, la miel, la yerbera y la pava. Desayunan y conversan. Ella se pierde en anécdotas incompletas o mezcladas en el tiempo o en confusos personajes. Carmen le trae las novedades de la calle, de los vecinos, de lo que harán ese día.
Cuando se enfría el agua se termina la charla. Y como si fuera un rito, mientras Carmen ordena la cocina, ella saca del primer cajón del aparador unos trapitos suaves e impecables, que habrán sido camisas o vestidos de verano y se demora repasando la veintena de portarretratos que se acumulan sobre el mueble americano del comedor.
A veces se queda con alguno en las manos, como si dudara de la realidad que refleja la imagen. Pero hay uno que es su preferido. Y cuando llega a él, lo toma como a un bebé recién nacido. Lo limpia con suavidad. Se le llenan los ojos de lágrimas y busca a Carmen para contarle una vez más la historia. Carmen ya la escucha como quien oye llover. Cuando termina la abraza, la consuela y la acompaña a colocar la foto en su lugar. Pero las primeras veces se conmovía tanto que le costaba retomar la actividad cotidiana.
El monólogo de la anciana se repite como si fuera el texto de una obra de teatro. Casi sin variaciones:
“Es un día de enero, estoy segura, porque ellos venían siempre a pasar fin de año y se quedaban hasta reyes. Fue Toto el que me llamó:
-Alina, vamos a la Tortuga Alegre. Te pasamos a buscar a las tres.
-Llevá hielo para el tereré –grita Leti sobre la voz de él.
El viaje por el camino de las canteras nos llena de polvo y a esa hora se nos pega en la piel húmeda de transpiración. Pero tenemos que ir temprano para encontrar un sauce libre que nos proteja del solazo o al menos un sarandí de esos que cuelgan de las barrancas.
Elegimos uno, bastante coposo, dejamos allí las reposeras, las canastas, la conservadora de hielo y las ropas que cuelgan de las ramas como en un tendal desprolijo. Vamos los tres hasta la orilla, corremos en puntas de pie sobre la arena caliente.
Leti lleva una sillita baja para tomar sol al borde del agua. Con Toto entramos corriendo al río, como si fuera a un mar sin olas. Nadamos y nos quedamos cerca de las boyas un rato. Luego volvemos con Leti. Toto se acuesta en el agua playa y la salpica.
-¡Ay! ¡Totito! –protesta ella.
-Vení conmigo a darte un chapuzón –reclama él.
-No me gusta el agua del río –dice ella- es muy pesada. Me tira para abajo. Me da miedo.
-¡Ah! Claro. Es que esta señora es una mujer de mar –dice Toto y se ríe.
Nos quedamos de charla un momento al sol, después buscamos la sombra y el tereré. Recordamos los veranos de nuestra niñez. Leti insiste en el miedo al río que no sabe de dónde le viene pero la perturba. También hablamos de los parientes y de política.
-El entorno es terrible- dice Toto- el Brujo lo tiene totalmente dominado al Viejo. Yo le Comento que ya no voy al partido porque “está copado por unos mafiosos tremendos”.
Leti dice que tiene ganas de “encargar”:
-Cada vez que hago upa a uno de los chiquitos de la villa, me da un ataque de amor. Ya dijimos, ¿no Totito?, que de este año no pasa.
Él la abraza, la besa y los tres nos reímos. El futuro, aunque complejo, se presenta esperanzador.”
Alina hace un silencio largo, como para pescar un dato. Es que no se acuerda en qué momento exacto sacó la foto. Supone que lo hizo mientras esperaban la caída del sol cerca del agua.
Fue uno de los últimos encuentros tranquilos con los primos. En unos meses ellos pasaron a la clandestinidad. Alina se perdió de acompañarlos en la espera de la chiquita que nació en noviembre. Luego todo fue un torbellino de calamidades. Primero lo secuestraron a él a mediados del 76. Y a los dos años a Leticia. La bebé se crió con los abuelos paternos.
-Es igualita al papá pero tiene la sonrisa de la mamá- dice Alina- y como a ella, no le gusta el río.
Después se queda mirando el retrato ya en su lugar
-Le regalé una copia de esta foto, porque ellos están tan lindos ahí y ya soñaban con ella.
-Le regalé una copia de esta foto, porque ellos están tan lindos ahí y ya soñaban con ella.
-Mirá Carmen, todavía no estaba hecha la represa. ¡Pila de años pasaron!
Alina vivió sus últimos tiempos en un mundo lleno de extrañezas, casi sin reconocer su propia identidad. Aunque su memoria destrozada de vez en cuando traía algún retazo de vida real. Después de su muerte, Carmen continuó en el cuidado de otras ancianas, esa tarea increíble de remar en medio de los remolinos para acercarlas a un pedacito de mundo que las contenga.
Ni Carmen, ni Alina sospecharon que esa foto recorrería el mundo, porque el artista fotográfico Gustavo Germano la eligió para mostrar la ausencia de los desaparecidos de Entre Ríos, entre ellos la de Toto y Leti.
Germano solicitó fotos a los familiares de desaparecidos de su provincia natal y reprodujo cada escena en una foto actual, con la notable falta de los protagonistas. La muestra fotográfica se llama Ausencias y presenta los pares de fotos: la original y la nueva. La de Orlando “Toto” Méndez y Leticia Oliva en las playas de la Tortuga Alegre sobre el río Uruguay y la de una playa solitaria dan inicio a la muestra y al libro que recoge la experiencia.
Tampoco se enteraron, que en el nuevo siglo, el Equipo de Antropólogos Forenses descubrió que uno de los cuerpos que llegaron a las playas de Punta Indio en el verano del 77, era el de Leti. Que ese río al que ella tanto le temía la devoró pero también la devolvió, para que su hija adorada pudiera reconstruir su destino.
Por Graciela Vanzan