viernes, 2 de noviembre de 2018

Las luces del Uritorco

Desde que el hombre es hombre y pisa sobre este suelo, nunca dejó de mirar al cielo. Cuando el primer homo sapiens se paró sobre sus dos pies y alzó la cabeza, pudo entrever que algo más grande que él, algo misterioso e insondable, se entretejió con aquellos fueguitos que brillaron en la bóveda celeste. Me pregunto qué habrá sentido aquel primer hombre e imagino que debió ser algo parecido a lo que sentí yo cuando vi las luces del Uritorco por primera vez.
Son las once de la noche en Capilla del Monte y el aire se percibe limpio y fresco, despejado, sin nubes en el horizonte. Parados al costado de un camino de montaña, al borde de una cornisa natural, observamos la luna recortarse sobre el cerro como una lámpara minúscula. Somos cuatro y estamos solos a las Puertas del Cielo, así lo llaman a este lugar que oficia de observatorio hacia el Uritorco y de portal abierto hacia el misterio. El silencio es apenas herido por la voz de un grillo y de algunas ranas que conversan en un charco lejano. Se percibe en el aire que algo increíble puede suceder en cualquier momento, algo que desafíe nuestro humano juicio, algo mágico.
- Esta noche puede ser…-dice Ariel, nuestro guía, -no siempre ocurre, pero hoy algo vamos a ver, tengo fe,-agrega mientras mira al cielo.
Ariel es un hombre alto, de pelo blanco y de un espíritu apacible que se contagia con solo estrechar su mano y escucharle hablar pausadamente. Conoce de primera mano las historias que se tejen en torno a Capilla del Monte y el cerro Uritorco, como también de otros lugares cercanos, que parecen ser puntos de encuentro entre lo material y lo inmaterial y entre los diferentes planos de este maravilloso multiverso infinito.
Se dice que desde tiempos ancestrales los cerros del lugar son visitados por seres de otra dimensión, con quienes los nativos de la zona, los henia-kamiare, (bautizados más tarde como comechingones), tenían contacto y que eran los guardianes de una sabiduría cósmica enseñada por estas entidades.  Quienes hoy residen en Capilla saben cientos de historias contadas por algún abuelo, pariente o experimentadas por ellos mismos, de avistamientos de seres extraños, luminosos, de esferas, luces, o naves de distintas formas que ingresan y salen de algún lugar en los cerros o del mismo Uritorco. Incluso algunos afirman haber tenido contacto personal con ellos. Tal es el caso del Dr. Angel Acoglanis, quien aseguró que bajo el cerro existe una ciudad intraterrena bautizada con el nombre de Erks (Encuentro de Remanentes Cósmicos Siderales), habitada por seres más evolucionados espiritualmente, con quienes mantenía contacto e incluso canalizaba sus mensajes. Acoglanis y otros que llegaron después, contribuyeron a alimentar  las historias y la consecuente movida ufológica y espiritual que hoy se teje en torno a Capilla del Monte. Sobre todo fue la resonancia que tuvo la historia del aterrizaje de un ovni en el cerro El Pajarillo, lo que despertó de pronto la curiosidad de miles de visitantes. El 9 de enero de 1986 una supuesta nave bajó allí dejando una huella de 122 metros de largo por 64 de ancho que permaneció por tres años e incluso resistió un incendio sin consumirse. Desde entonces la cantidad de visitantes pasó de 500 a 100.000 anuales y cambió para siempre la vida sencilla y campesina de los 12.000 habitantes de esta pequeña ciudad. Llegan de todas partes del mundo, son contactados, chamanes, científicos, entusiastas observadores de ovnis, hippies, amantes de la new age, sacerdotes, o gente común, incluso la Nasa y hasta se rumorea que los Nazis de Hitler han visitado el lugar buscando respuestas a la gran pregunta que siempre se ha hecho la humanidad: ¿estamos solos en el Universo?
Esta noche, detrás de nuestros binoculares y cámaras, aguardamos vigilantes, abiertos a lo que sea que pueda ocurrir, sin preconceptos, sin prejuicios, como aquel primer hombre que miró el cielo por primera vez. Ariel recita un mantra en la antigua lengua Irdin, un lenguaje cósmico universal, y mientras en el aire se desparrama el sonido de nuestro canto acompañado por la vibración de un cuenco tibetano, detrás del cerro surgen de a poco, tímidamente, las primeras luces. En una danza increíble, suben y bajan, prenden y apagan, cambian de color y tamaño. Algunas también atraviesan el cielo sobre nuestras cabezas, haciendo unos patrones de luces que no se corresponden con ningún avión o aparato de procedencia humana.
-Son códigos de luces que ellos nos irradian,- dice Ariel-, se comunican con nuestro ser espiritual aunque nosotros no sepamos entender racionalmente lo que nos dicen.
Quisiera poder filmar este espectáculo, pero luego pienso que las luces se verían como un puntito moviéndose de aquí para allá, como si estuviera grabando el foco de un auto que pasa, con mi pulso tembloroso. Así que desisto y me entrego a lo que transcurre, no quiero perderme nada. Ariel nos dice que este momento es específicamente para nosotros, los que estamos presentes aquí y ahora en este cerro.

No sé por qué, pero no puedo expresar lo que siento. No tiene nada que ver con el miedo, ni con la incredulidad.  Tampoco es sorpresa, sí gratitud. En el fondo, creo yo, todos intuimos o tenemos la sensación de que en tan vasto Universo, entre tantos miles de millones de galaxias y planetas, entre tantos planos existenciales y dimensionales; hay algo que nos observa, que nos llama, que nos espera, que nos invita a conectarlo y conocerlo,  indicándonos que no estamos solos. Yo, parada hoy al borde del cerro con los ojos cerrados, respiro profundo el aire tibio cargado con la energía del cuarzo y siento que aquí, al pie de nuestro argentino cerro Uritorco, una puerta se abre.

Por Valeria Gorlero

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