
Seguro vas a decir que es una boludez, pero pensé mucho en vos en estos días y sobre todo en los años que trabajamos en el restaurante. ¿Por qué no me llamas y listo? dirás con ese tono manso como agua de tanque. No sé, me dio por escribir. Ya pasó mucho tiempo desde la última vez que nos vimos todos juntos y a veces me resulta muy loco que ya no
nos hablemos ni sepamos qué hace o dónde anda el otro. No lo digo por vos en particular, lo cierto es que ninguno de los cuatro volvió a aparecer. Voy al grano: te quiero contar un sueño recurrente desde que pasó lo del negro. Cada noche se suman nuevas secuencias como si se colaran escenas a la misma peli y el hilo narrativo se volviera una medusa.
¿Te acordás cuando el negro dani flashó que el barman de la fiesta le quería pegar y nos tuvimos que ir? Creo que caímos ahí porque era el cumple del novio de tu prima o algo así. El barman era amigo de este flaco y todavía recuerdo su cara desencajada, no entendía nada y de pronto todo se volvió confuso. Bueno, por ahí anda el sueño que estoy teniendo.
Te lo cuento porque esas noches para mí fueron únicas. Lo mejor de trabajar juntos era el momento en el que terminaba nuestro horario y nos tomábamos unos tragos antes de arrancar a eso de las dos o tres de la mañana. Trabajar de noche tiene eso: estás en otra sintonía con tus amigos de siempre que se juntan a cenar o hacen alguna más tarde pero cuando vos llegás te sentís afuera del plan. No sé si te pasaba lo mismo, pero sospecho que sí. Y si bien éramos compañeros de trabajo, yo también los sentía mis amigos. Una vez el negro me dijo que cuando dejáramos de trabajar juntos ya no íbamos a volver a vernos y al final tenía razón. Capaz por eso, se me dio por escribirte, porque tengo esa sensación horrible del arrepentimiento, un sabor amargo que sube del esternón hasta la nuez y creo que es por no haberlo visto más. Ni siquiera haberle escrito algún mensaje trivial del estilo: “Cómo los mataron los brazucas”, en alusión a la derrota de River por Copa Libertadores o algo así.
Ger, antes de seguir quiero felicitarte por tu hijo, sé que nació el año pasado pero me enteré hace poco, creo que por Facebook. Espero conocerlo algún día, seguro nos vamos a cruzar en alguna marcha o en un acto de esos que tanto nos gustan. Imagino que es peronista como su padre. Bueno ya no me quiero extender más, paso a contarte, la cosa es así: resulta que Yoni me llama desesperado a eso de las cinco de la mañana y me dice a los gritos que por favor los vaya a buscar a ustedes a la puerta de Jamachi, que están en la vereda y discuten con unos patovicas que los amenazan con romperles la cabeza. Yo me levanto de la cama asustado, me visto, agarro las llaves del auto y salgo para allá. Apenas llego, compruebo que mis amigos están en peligro. Se suben al auto, al unísono dos personas se suben a un Taunus verde viejo y nos empiezan a seguir. Mientras tanto yo les pregunto a ustedes a los gritos “Loco, ¿Qué está pasando? ¿Qué hicieron para que nos persigan estos tipos gigantes que pueden matarnos si quieren?”. Silencio. Ninguno contesta. En un momento los perdemos pero la adrenalina es tan fuerte que me supera y en una maniobra fallida chocamos el auto. Sí, quedó encastrado en un árbol pero nadie se lastimó. Se me vino el mundo abajo, quise sacarlo de ahí y retomar la vuelta a casa. Creo que todos queríamos lo mismo pero no puedo recordar cómo terminó esa noche, y quizás sea porque al otro día la historia continuaba en el próximo sueño.
Parece que finalmente pudimos sacar el auto y de repente estábamos yendo por calle 25 ya mucho más tranquilos y riéndonos de la vez que te acompañamos a comprar falopa enfrente del bingo. Me acuerdo que tenías un cagazo bárbaro porque te mandaste solo para no generar una situación incómoda, según dijiste. También recuerdo que tardabas mucho: tenías el celular en la mano y nos mandabas caritas al grupo, mientras nosotros esperábamos en el auto que todo saliera bien. En un momento en sentido contrario vemos a un patrullero que viene desde lejos persiguiendo a un Peugeot 504 negro que por algún motivo que desconozco se frena y uno de los pibes se baja y salta al canal del Arroyo El Gato. Pero ahí no hay agua, es una locura, creo que son casi diez metros. Este pibe cae, se levanta y empieza a los tiros contra la policía que había parado ahí para intentar detenerlo. En ese momento, el negro dani en un estado de excitación desbordante nos dice que ese pibe es Yoni y que tenemos que hacer algo para ayudarlo ¿Pero cómo? si Yoni venía en el auto con nosotros, no puede ser. Otro episodio confuso del mismo sueño que de golpe me despertó.
Al día siguiente, estamos en un cementerio velando a alguien, pienso ¿Es Yoni? Pero después me doy cuenta que no, porque él tiene una casa de empanadas y hace unos días me mandó por Facebook el flyer con una invitación para que las pruebe. O sea que tampoco está preso, lo cual es una buena noticia. Pero entonces ¿A quién estamos velando? No sé, la niebla es tan grande que no me deja ver ni siquiera a la persona que tengo al lado. De golpe, me viene a la cabeza una partida de póker que hicimos en casa. Recuerdo al negro esa noche, se paró en el medio del juego y nos dijo: “esto ya es aburrido, ustedes me aburren, hablan del capitalismo como si sus decisiones pudieran incidir en algo, como si fueran a cambiar el mundo, ustedes no entienden que todo se repite, que siempre hay un poder que se impone y aplasta a los demás, y los demás somos nosotros”. A partir de ahí hubo un quiebre en la relación, ese fue el último póker y ya no nos juntábamos como antes, ni siquiera nos hablábamos tanto. No me molestó que me haya tildado de ingenuo o idealista, lo que me jodió fue que dijera que yo lo aburría, porque cuando aburrís a un amigo, sentís que se está alejando.
Ger, la verdad que no sé si te habrá pasado lo mismo después de esa noche, creo que no lo hablamos nunca. Tampoco sé si estos días te trajeron recuerdos de épocas de patear la ciudad juntos por callecitas internas sin tanto edificio que dialogan con pueblos de la provincia de Buenos Aires como Olavarría o Saladillo, o de noches maratónicas hasta la madrugada -incluso hasta más tarde- como un 25 de diciembre a las nueve de la mañana cuando salimos a la calle en la cuadra de tu casa y jugamos a lanzar cds a ver quién llegaba más lejos ¿Te acordás? Bueno ya no te jodo más, me despido, pero antes te cuento el último episodio de la misma saga donde aparecemos los cuatro:
estamos arriba del tren corriendo a toda velocidad vagón por vagón, no podemos parar de reírnos, miramos para atrás y nos persigue Alfredo Casero disfrazado de Juan Carlos Batman. Es cierto, solo teníamos tres cosas en común, el amor por el fútbol, los redondos y Cha cha cha. Recuerdo que el negro una vez dijo: “cuando el mundo se termine va a haber alguien jugando al fútbol y en algún lugar estarán sonando los redondos en una vieja radio”.
Por Fede Ramponi