lunes, 13 de junio de 2022

En el café un planeta

El lugar representa un espacio estratégico; un panóptico de visión social o una estación de servicio para la gente con el corazón roto: basta sencillamente un par de minutos sentados, quietos, atentos, para ver el movimiento vital de una horda de estudiantes y profesores. Es ante todo un ejercicio de concordancia, digno de George Perec o de Darío Alarcón. Ahora digo estudiantes, pero bien podría ser algún próximo intelectual estilo Cesar Milstein, o algún desdichado con una historia personal de amor traición y espanto a punto de una recesión académica. Y este lugar es hasta para mí mismo una nueva revelación. Estoy hablando ahora puntualmente de la cafetería buffet de la Universidad Nacional del Sur. El lugar se encuentra en el centro de la Universidad, digamos en el estómago mismo. Rodeada por cuatro edificios gigantes que se asemejan más a la arquitectura propia de una fábrica, que a una institución académica. Sitiada a su vez por una abundante mix de árboles de distintas especies. El lugar es y no es lindo. Es y no es cómodo: si se lo compara con el café Histórico de Bahía Blanca o el Miravalles: pierde por goleada. Pero hay detalles que lo subliman; por ejemplo, todas sus paredes son de vidrio, un perfecto y reluciente vidrio transparente que permite ver el movimiento de la gente desde el interior. Las mesas y los bancos son todos nuevos, y eso se nota por el barniz que resalta la madera. Hay una rocola que no funciona y una máquina de café a fichas que funciona cuando quiere solo por cincuenta pesos. La atiende un hombre joven que parece triste e inocente. Pero en verdad: lo que parece triste e inocente es pasar los sábados por afuera de acá y notar que se encuentra cerrada. Me costó notarlo: pero creo que lo reconocí a partir de una película; y es que las cafeterías tienen algo de mágico porque están vinculadas a la literatura: si la literatura en fin, es vida, o es notar un aspecto oculto de la vida, las cafeterías permiten una actividad similar: reitero, solo basta el silencio, la contemplación, y un café para notarlo.

La película es Bastardos sin Gloria y en la escena aparece Soshana Dreyfus en lo que parece ser una cafetería, el hecho ocurre previa a la aparición del antagonista Frederik Zoller: podemos congelar la imagen ahí, previa a la aparición de Frederik. Soshana está leyendo un libro, es The Saint in New York , bebe café, fuma un cigarrillo: más allá de sus componentes que pueden suponer un cliché, ocurre algo bellamente premonitorio, un gesto significante y encantador: nos damos cuenta que tiene estilo, y que el estilo se condensa entre el café y la lectura; o entre el libro y el cigarrillo. Dos componentes qué como en una reacción química premeditada en su interacción se potencian: provocan un acontecimiento.

Incluso en la literatura misma, dicha tensión se presenta para ser desatada en respuestas que nadie pidió a un tema que a nadie o a casi nadie le importa: la Poesía. Estoy leyendo un hermoso libro de Alejandro Zambra llamado Poeta Chileno, en la ficción: una periodista neoyorkina llamada Pru, realiza una ardua investigación sobre poetas contemporáneos chilenos para reivindicar su historia, su presente, su futuro. Gracias a la ayuda de dos jóvenes poetas, Vicente y Pato, consigue entrevistar a más de 30 jóvenes poetas emergentes chilenos que hablan sobre su pasión más ilícita: ¿y en dónde ocurre ese encuentro? En una cafetería.

Los cafés; las cafeterías, o los bares, en definitivamente; potencian la literatura, o digamos: estimulan a los poetas a ser lo que quieran ser, o digamos, son funcionales al cine para ser escenarios encantados, o digamos, tienen algo que es difícil de definir, pero fácil de reconocer. Pienso en dos amigas: Olga Orosco y Alejandra Pizarnik. En la cafetería de Olga, cada tarde Alejandra pasaba para pedirle un encantamiento de protección: el gesto consistía en lo siguiente, Olga escribía en una servilleta de papel con una lapicera azul: "yo invoco a través de las palabras una santa protección para Alejandra" y firmaba: vale por 24 horas. Y con el papelito entre sus manos Alejandra se marchaba. A veces volvía al día siguiente o cuando estaba de bajón a buscar, como una de receta médica, un nuevo conjuro. Pues en el café también un planeta"


Por Lucas Nicolás Quiroga

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

Las luces del Uritorco

Desde que el hombre es hombre y pisa sobre este suelo, nunca dejó d e mirar al cielo. Cuando el primer homo sapiens se paró sobre sus do...