Correspondencias fue un disparador epistolar del taller que propuso un ir y venir entre dos para generar una historia en el formato de carta.
De aquí en adelante habrá solo cuerpos que se extrañan, habrá el silencio sepulcral segundos después del adiós, tendremos la tarea del olvido, de acomodarnos la agonía, donde no se note tanto, podremos también meterle el teatro a los momentos, sonreír, por ejemplo, y bailar el hambre, dibujar el fuego.
¿Sabes qué es gracioso? Saber que en un cajón de mi cuarto tengo una mochila vacía. Una mochila no muy grande ni muy chica, azul con gris, y tres banderitas cosidas a los lados. Creo que dos veces la llené y la vacié: 5 calzones, 4 blusas, dos jeans, 1 traje de baño 3 vestidos de verano caribeño, un abriguito de invierno, sandalias, botas, y un par de chucherías. Te juro que hace 12 años que la observo, esperando un impulso, un ataque de rabia, un tsunami, un terremoto, una enfermedad mortal, algo que lo haga parecer una obligación, cualquier acto de locura estaría justificado.
No, si nos vemos no me pondré el collar de caracoles que me regalaste, aunque
lo use todos los días, sería demasiado obvio, pero si prometo soltarme el
pelo, aunque haga calor y me haga sudar el cuello, solo por verte hacer la
magia de soplarme pinceladas de aliento en la nuca.
Me pregunto si sigues cantando, si la piel te sigue oliendo a árnica, si tendrás la barba larga; espero que sí, te hacia ver menos dientón. Si no, no importa, para mi seguirás siendo el conejo más guapo de ese taller de teatro que ya no existe
¿Por
qué nunca más me escribiste? ¿Por qué tuvimos que despedirnos de verdad y para
siempre? Debí haber llorado más, debí haberme bajado corriendo del bus,
abrazarte y pedirte que vengas conmigo, aunque te negaras: el luto habría sido
real… pero no, me quedé con tu cara de liebre triste desde mi
ventana, musitándome un te amo y un chao mientras con la mano derecha sostenías
un cigarrillo. Un adiós como un disparo, como un funeral de mentira que se
repite constante en mi cabeza. Ese balazo de aire que entra como un suspiro que
no logra aterrizar.
Sigo
pensando en eso que hablamos cuando nos conocimos, lo del silencio, las certezas,
lo implícito. El espiral continúa.
A mí
no se me da bien callar, aunque lo aguante. La mochila sigue ahí, y no sabes lo que me
duele verla vacía. Cómo nos gustaba el
mar, ¿te acuerdas? una vez soñamos
el mar en La Paz.
***
No sé por dónde empezar, pero lo más correcto es
decirte:
-Hola. Leí tu carta y quedé temblando.
Creo que la despedida en esa estación fue tremenda. Digamos que sentí el escozor, un tobogán agridulce por el cuerpo. “El adiós como un disparo, como balazo de aire, como un suspiro que no logra aterrizar” ¡Wow! Esas palabras. Describís con pinceladas de atardeceres. Se me vinieron las escenas encima. También un poco sentí la envidia de no ser el destinatario del amor. Esta carta me la guardo para toda la vida, aunque no me corresponda.
Me hubiese encantado que antes de
quedarte petrificada en el asiento del bus, hubieses corrido hasta los brazos
del muchacho, para chantarle un último beso de despedida. Un
último adiós a ese mundo lleno de juventud.
Te juro que no sé por dónde empezar. Por el final o
por el inicio. Da igual.
Tu joven amante, se recibió de profesor de música y
empezó a realizar sus primeras prácticas en una escuelita del Delta. La mañana
de un lunes la avioneta que lo trasladaba, tuvo un desperfecto y no logró llegar a destino. Lamento ser yo el mensajero de malas noticias, pero tu
músico, tu actor, tu guapo conejito no te escribió más porque perdió la vida en
ese accidente aéreo.
10 años pasaron de esto.
Me tomo el atrevimiento de contestarte porque yo estoy
viviendo en su casa y recibí tu carta. Te envió esta foto que la encontré en el
fondo de una cajonera bien oculta. Bien guardada. Como se guardan los tesoros. Estoy seguro que vos sos la morocha sonriente que hace malabares
con fuego. Transcribo las palabras que están escritas de puño y letra detrás de
esa foto:
“habrá solo cuerpos que se extrañan, habrá el silencio
sepulcral segundos después del adiós, tendremos la tarea del olvido, de
acomodarnos la agonía, donde no se note tanto, podremos también meterle el
teatro a los momentos, sonreír por ejemplo y bailar el hambre, dibujar el
fuego.”