Cuando me mudé a este barrio, mi compañero José Luis construía una casita alpina con parte de la guita que había cobrado de indemnización gracias a la echada de los ’90 de Y.P.F.. Hacía un año que estábamos juntos y decidimos mudarnos. Cuando vi la casa todavía a medio terminar, pensé que era mi lugar en el mundo. Monte por donde se mirara. Monte autóctono, última estribación de la selva misionera y la mas austral del mundo. Digamos que la cuadra donde vivo está inmersa en un sitio especial aunque debo reconocer que cambió demasiado desde mis primeros tiempos hasta hoy. Ahora hay asfalto y del monte queda casi nada gracias a las topadoras que abren paso al supuesto bienestar y a los negociados del neoliberalismo, actual y pasado. De la manzana de pocas casas queda sólo el recuerdo y la cuadra ya llenó todos sus casilleros. Como todo barrio, este también tiene su vida propia. Crece, muere, se reproduce; personajes irrepetibles que tal vez no se hubiesen desarrollado en otros barrios, como Lidia, la mamá del Indio. Ella vive en la esquina y lo poco que tenía de terreno lo dividió para que se pudieran hacer casas dos de sus hijos. Asique quedaron tres lotes sin espacio para un centímetro de césped. A Lidia le encantan las plantas y todos dicen que tiene manos verdes. La solución a la falta de fondo para su pasión por las plantas surgió rápido. Tiene un frondoso jardín en la vereda, con plantas de todo tipo y color, que bordea toda la esquina. La favorece la mano de la calle Chile, dado a que se viene en auto por La Merced y se dobla a la izquierda, justo sobre esa acera. Otra cosa que ayuda, si bien algunos vecinos reconocemos lo inapropiado de un jardín en la vereda, es que en este barrio de vecinos inapropiados, caminamos por las calles, entonces que mas podemos hacer que aceptar el comportamiento inapropiado de Lidia. Como ya dije, las casas contiguas son de sus hijos. Pegada a la casa de Javier, el Indio, vive Mabel, una devota de dios, de misas diarias, pero sin embargo de comportamientos un tanto erráticos pese a su cristiandad. Entre otras cosas, Mabel tiene un serio problema con sus propios desperdicios, así que cuando la oscuridad asoma, se la puede ver, mas chiquita de lo que es, con su bolsita de basura, oteando dónde hay un cesto vacío para dejar su mugre. Sin ir mas lejos hace uno días dejó una bolsa de consorcio en la puerta de mi casa. No dudé de quién era, la agarré y la puse en la su vereda. Nada dijo. Su silencio fue la confirmación de mi certeza.
Otro personaje que tal vez no hubiese sobrevivido en otro barrio es Armando, alias El Pollo. Tal vez el personaje mas pintoresco del barrio y se podría decir que el mas molesto. Anécdotas sobre él hay muchas, vividas y escuchadas. Pero me limitaré a contar una, la misma varias veces repetida a lo largo de mis años viviendo medianera de por medio. Sobre todo después de la muerte de Angelita, su madre. El gordo, como le decimos algunos, es un hombre de farras. Así que no escatima en tiempo y alcohol cuando de farrear se trata. Incluso he visto, y olido, humitos pasando el paredón. Estas juergas no son lo que cualquier podría imaginar; fin de semana, viernes o sábado arrancando a la tardecita y llegar al amanecer con los últimos acordes de una última chacarera rodeados de vasos y botellas vacías, con los ojos embotados, saludando a los gritos a los que se van yendo tambaleantes sobre una bicicleta o haciendo eses por la calle. Nada de lo relatado pasa en las parrandas de Armando. ¿Día de semana? Cualquiera. ¿Horario? Qué mas da. Mañana, tarde o noche, si al final todo se va a confundir. La cosa empieza con la llegada de alguien con cerveza, cajita de tetra, es lo mismo.
-Flaco, andá a comprarte unos chorizos y decile al Juan que se venga. Que traiga algo para chupar y morfar y que le diga a las pibas que vengan-Le dice Armando al Flaco o a quien pinte.
Se corre la voz y la casa de al lado se va poblando de gentes de toda laya, cada cual aportando lo suyo: chicas, comida, alcohol, faso. Todo es bienvenido. Así es el comienzo de días frenéticos, noches a puro bombo y guitarra con voces desafinadas que van desde zamba de mi esperanza a me justa ese tajo sin solución de continuidad. De repente silencio. Nadie ha salido de la casa. Simplemente se quedaron dormidos. Esto puede pasar a cualquier hora; día o noche. Pareciera que el reloj biológico de estas personas no funciona. Dos o tres horitas de silencio y ahí arranca de nuevo. El primero que se despierta agarra bombo o guitarra, cuando no un tenedor contra una botella o dos. Y todo empieza una y otra vez durante no menos de cinco días.
Durante el invierno estamos en época de receso pero cuando los primeros calores nos hagan saber que el verano se aproxima, a Armando y sus amigos se alborotan en nuevas tertulias circulares y comienza otra vez el show continuado con alguna escaramuza de vez en cuando.
Así es mi cuadra, así la veo y así la quiero. Es mi lugar.
Graciela Cristina Cañas
PH: José Luis Di Lorenzo