miércoles, 21 de julio de 2021

Vitamina D

El efecto de la vitamina D sobre un auto sin futuro que reposa como una piedra que ignora el tiempo.  

La sombra de un árbol de piel quemada como un flash, pero no le importa, volverá a cambiar de piel. 

El rebote de los rayos que caen sobre el asfalto, también parte de la naturaleza, como el color de la chatarra. 

Los grafitis en las paredes, ¿de quiénes son los grafitis? ¿De quiénes son las paredes? 

Apoyarse sin moverse, ¿para qué? Ahí entra la pregunta por el sentido, ¿es un auto o una chatarra? ¿Y yo?

La ventaja de nombrar las palabras con la boca es que rara vez alguien se detiene a corregirte un error de ortografía. 

La oralidad en la calle también es parte de la naturaleza, como todo, y como casi todo se nombra, la poecia también. 


Por Fede Ramponi

miércoles, 14 de julio de 2021

Cactus

Navidad 2019. Tuve suerte de no lastimarme las manos al abrir un papel colorido en una bolsita simpática que guarda las espinas más hirientes de la infancia.  “Un cactus, me regaló un cactus”, pensé, mientras mi cara torcida de agradecimiento forzaba una sonrisa confusa. En el rincón de la barra de la cocina quedó desde entonces, como esos recuerdos que parecen congelados y cada tanto salen como sombras dentro de lo oscuro a desplegarse con voz de túnel.  Quieto, claro, es que ¿existe algo más inmóvil que un Cactus?  Me pinché una, otra vez, hasta que decidí no pasar más por ese sector. Es el terreno de la herida irremediable, además pobre pero es horrible. En realidad ahora que lo miro no es tan feo. Tiene la forma antipática de esas plantas decoradas para personas sin emociones. Una base de arcilla fulera como un sauna y unas piedritas organizadas que pretenden ser la naturaleza, naturaleza manoseada y encerrada. Uno de esos adornos tristes que hacen todo para no abrir las ventanas, mirar la copa de los pinos o volar en pupilas naranjas junto al vuelo de los pájaros. Las espinas parecen grandes agujas tensas que duelen de solo mirarlas.  Así también duele la indiferencia y el maltrato de un hermano diez años mayor que nunca me quiso.

Por Sofía Schnack

miércoles, 7 de julio de 2021

Mi última noche en el Titanic

https://quetalvirtual.com/imagenes/image/titanic-bateau-doc-humanite.jpeg

 ¿Será de familia? Me pregunto. Si esta noche fuera la última de mi vida me compraría una botella de Johnnie Walker y juro por mis ancestros que me la bajo completita. Me emborracho hasta la muela para esperar el viaje. Digo esto porque la noche anterior a la muerte de mi viejo lo escuché deambular por la cocina. Recuerdo que abrió la heladera, se sirvió un Fernet, le puso un susto de soda y se lo tomó de un trago.

-Ahora sí. Tenía algo acá- se pasó la mano por la garganta- y después me dijo -es para el viaje- Dio la media vuelta. A paso lento. Arrastro sus pies. Se apoyo unos segundos en la pared, camino hasta la silla. Ahí se detuvo, inhaló una larga y entrecortada respiración inflando su pecho. Tomo fuerza. La energía necesaria para mantenerse de pie. Mi hermano se le acercó, lo sostuvo del brazo. Se tambaleó. Me paré. Levantó sus cansados ojos negros y con la mirada me paró en seco.

-Yo puedo solo- murmuró entre dientes y atravesó el largo pasillo hasta llegar a su habitación. Se acostó y nunca más se levantó. 

No sé ¿Será de familia? La none me contó que su abuelo murió en el Titanic. O sea, mi tatarabuelo. Carlo Codarini se llamaba. Me imagino que también se tomó algo esa trágica noche. Pero Carlo seguro que se re mamó antes de morir. Vos sabes que cuando veo la película lo encuentro en la cubierta vestido con un sobretodo negro sin salvavidas, pero aferrado a una botella de Bourbon en una mano y con la otra abrazado a un músico. Al violinista, creo. Él sabe que va a morir, pero lo hará con una sonrisa en su rostro. Feliz. Bueno. Quizá no tanto. Pero lo más importante es que no intentará conseguir un bote a cualquier precio. Haciendo las cosas más bajas que un ser humano puede hacer: Matar, traicionar, venderse. No, nada de eso. Zafó de la guerra, porque no lo mataron, y no mató a nadie, pero no pudo escapar del transatlántico.  El que también pudo zafar de la guerra fue mi bisabuelo, pero este fue porque se rajó después de la citación. Desertó. Se vino para estas tierras escapando y en busca de un futuro mejor. Como tantos inmigrantes. Tan lindo era esa época que había trabajo, comida, joda, bailes y bellas mujeres. Conoció a una joven camarera, que trabajaba en “La Pebeta” una tangueria de San Telmo. Una noche la vio bailando y se perdió entre sus piernas. Su corazón latió al ritmo del 2 por 4. Se enamoró. Tuvieron una niña producto de ese amor. El tema es que se olvidó de la otra familia. De la familia que dejó en Udine, en Italia. Mi abuela viajó en barco durante meses para reencontrarse con su añorado padre. Tan solo una niña. Llegó a un desconocido continente con otro idioma y otras costumbres. Dejó atrás su sueño, su hogar, su lengua y su identidad. Si. Su nombre también. Lo escribieron en un papel, lo hicieron un bollito y lo arrojaron al mar.

 -¿Cómo te llamas? - le preguntó a la niña un pelado regordete encargado de migraciones. 

-Giovanna Codarini- respondió la none y el administrativo arrugo la entrecejo.

-¿Cómo? ¿Giovanna?- se la quedó mirando fijamente.- Ese nombre no existe en Argentina- se llevó su mano izquierda al mentón con su derecha agarro su lapicera y luego de tomarse un mate sentencio -  De ahora en más te vas a llamar Juana Codarini- 

-¿Juana Codarini? Se preguntó la niña por dentro. Las hermanas más pequeñas llevaron la misma suerte. A Ide la rebautizaron con Aida y a Hute como Asunción. Después de una semana en nuestro país se reencontraron con su padre y se toparon de lleno con la sorpresa. Linda sorpresa. 

- ¡Boludo, Hijo de puta! - fue lo primero que aprendió de nuestro idioma. Mi bisabuelo también murió borracho.

-Bevo per annegare i dolori- decía, Bebo para ahogar las penas, pero yo creo que estas mal paridas aprendieron a nadar. Se ve que al viejo le seguía gustando la joda y terminó enrolado en una riña a la salida de una tanguería en La Boca. Le metieron un puntazo en la panza.

¿Sera de familia? Me pregunto de vuelta. Casualidad o no, en cine canal en este preciso instante están pasando Titanic. Me sirvo una medida de caballito blanco. Me saco los zapatos, apoyo mis pies sobre la mesita ratona y antes de darle el primer sorbo, levanto la copa, luego mis ojos y me digo:
-¡Salud! Por si esta noche me voy de viaje.


Por Facundo Quiroga

Entrada destacada

Las luces del Uritorco

Desde que el hombre es hombre y pisa sobre este suelo, nunca dejó d e mirar al cielo. Cuando el primer homo sapiens se paró sobre sus do...