Terminé de servir el guiso y el plato humeaba en espiral hacia el techo de madera. Me senté y cuando me preparaba a tragar el primer bocado, ahí fue cuando oí una voz firme adentro: -"La tierra necesita limpiarse, fue demasiado el daño y ahora simplemente todos nosotros, los humanos, nos vamos a apagar. Gaia, pachamama, madretierra, ya no tiene la posibilidad de diferenciar quiénes son los buenos ni quiénes son los malos. Todos se apagaran, porque así debe ser. Será mañana al amanecer, cuando el sol termine de salir por el horizonte".
No fue mi inconsciente, aclaro. Fue alguien que me dijo esa frase al oído como si la estuviera canalizando. Lo más raro de todo fue que era mi propia voz la que escuchaba, no una voz grave y de hombre como hubiese sido familiar en una película distópica. Era simplemente mi propia voz, sin ser yo. Tantas veces había querido canalizar algo, incluso me había dado el momento de estar sola; meditando al amanecer, en ayunas, en la montaña, y nada había bajado. Pero ahora estaba ahí: a punto de tragar un pedazo de longaniza y la frase contundente resonó como un eco. Era mi propia voz y era la primera vez que me gustaba escucharla. Sonaba acompasada, como cuando quiero dormir a Ulises y le susurro un mantra suave, justo en el momento en que lo miro, me da ternura y mi voz ,que sigue un ritmo, se vuelve un bálsamo armónico.
Era el atardecer. Estábamos reunidos de merienda en el comedor comunitario: un espacio luminoso, grande y frío. Como casi nunca, estábamos todos, los quince. Sentí que en ese momento, esa misma noticia les había llegado a cada uno de diferentes maneras. De repente Marcela se paró entre gritos y en medio de un llanto desconsolado dijo:
-Nos vamos a morir, se terminó todo, no estoy loca, es así, lo sé.
Algo flotaba en el aire como una danza macabra. La espesura se podía sentir aunque nunca supe si ella había escuchado una voz o de qué manera le había llegado la información acerca del fin.
Con mis ojos empecé a hacer un paneo por todas las caras en ese salón. Todas sentadas mientras comían con gesto serio y el ruido de los cubiertos era un sonido monocorde entre metálico y triste. Creo que de alguna manera sabíamos que era verdad. Fue enseguida que se armó una ronda y el silencio fue total: todos mirándonos a los ojos. Alguien, no sé quién fue, dejó entrar a los perros y nadie se quejó de que estuvieran ahí. Fue cuando entonces, Martín dijo:
-Propongo que cada cual haga lo que quiera de aquí hasta la medianoche y luego nos juntemos en el temazcal, hagamos una ceremonia donde sudemos mucho y cantemos- hizo una pausa mientras tragó saliva y retomó- luego nos venimos al comedor y recibimos el fin comiendo, bailando, meditando, con un fuego prendido y toda nuestra fuerza colectiva.
Por un rato nos separamos. La dispersión sucedió en instantes. Cada cual volvió para su casa a hacer algunos menesteres. Yo volví caminando lento. Silbé una melodía inédita y a la altura del puente pensé en lo maravilloso que podía ser para La Tierra que nosotros no estemos. Lo sentí como una fiesta y a la vez me dio una tristeza infinita.
Pensé que al principio los perros sentirán la angustia porque no sabrán bien cómo alimentarse al sentirse solos en el mundo. Los gatos tampoco encontrarán calor de otro cuerpo con quien acurrucarse para dormir.
Empecé a elucubrar teorías locas mientras hacía lento el tranco de volver a casa. Pensé que en algún momento, cuando la capa de la atmósfera sea otra vez dura, cuando los ríos recuperen sus cauces y las especies que hoy están en extinción se vean repobladas, quizás en ese momento, los humanos estén habilitados para volver a la tierra. Mientras tanto, vivirán en el limbo, en otras dimensiones, al servicio de todo aquello que hoy les parece ridículo. Me gustó creer que solo volverán a la tierra quienes hayan entendido el mensaje y que no será fácil de entender.
Decidí que las últimas horas quería vivirlas con quienes comprendieran este hecho tan brutal y a la vez majestuoso de la misma manera que yo. Ya no había tiempo para convencer a nadie, esa etapa ya había pasado. Después, me sentí ridícula por haber creído en los últimos años que mi grano de arena era plantar, criar de manera respetuosa y enseñar permacultura. Era obvio que todo iba a explotar y que no alcanzó. Que la mayoría seguíamos, en algún sentido, enroscados en falsas dicotomías, falsas dualidades que nos llevan a estar siempre enfrentados. Nunca pude resolver cómo vivir realmente en otra sintonía, porque siempre había un punto ligado al dinero, a la materialidad, que me traía de vuelta a esta realidad. En fin: Me iba a morir y no había resuelto la ecuación existencial ¿Era un problema sin solución o era yo quién no veía salidas?
Agarré la guitarra y tarareé “La edad del cielo”, de Jorge Drexler. Me di cuenta que mi voz también era un suspiro: "Calma, todo está en calma, deja que el beso dure, deja que el cuerpo cure, deja que el alma, tenga la misma edad que la edad del cielo".
Después, prendí un rato el celu, me metí en facebook y las reacciones eran abrumadoras. Los escépticos se reían, los miedosos estaban desesperados.
La noticia que más gracia me dio era la de Elon Musk armando las valijas para irse a no se que planeta, lleno de latas de atún y arvejas. No podía creer que algunos pensaban que iban a poder zafar yéndose de la tierra. Interpretaban que la Tierra iba a sufrir una catástrofe y el mensaje era otro. Nosotros, los humanos, nos vamos a apagar, no la tierra. Sentí bronca y a la vez lástima imaginándoles en la nave espacial. Mientras esperaban ver un tsunami o los volcanes en erupción, la muerte los buscaba y los alcanzaba. Porque no se puede luchar contra la muerte.
Decidí llamar a mi vieja pero sabía que tenía que estar fuerte para hablar con ella.
Me atendió aterrada. Le dije que se calmara, que estaba todo bien, que sí, que nos íbamos a morir, pero que eso ya no importaba, que en verdad lo que iba a pasar era maravilloso, que la tierra se merecía descansar, que como especie no habíamos valorado ni entendido nada.
Le recomendé que se pusiera una meditación de youtube, que abrazara mucho al tío, que comiera unos fideos con el tuco de la abuela y que no tuviese miedo, que el miedo no la iba a ayudar. Solo la calma iba a llevarla a buen puerto. “Lloro todo el tiempo”, me dijo que me extrañaba y yo le dije que también pero que sabía que nuestras almas se volverían a encontrar, que iba a estar atenta siempre y que ojala reencarnara con esos mismos ojos de loba siberiana con los que había venido a esta vida, ojos de mar caribe, de cielo limpio. Ojala volviera con esos ojos así me era fácil reconocerla. Después le pedí disculpas, mientras lloraba, por las veces que no la entendí.
- Te perdono hija, no estés mal por eso- hizo una pausa para contener el dique de la angustia que se le venía encima y habló- te pido si podes mandarme las últimas fotos de los chicos que quiero verlos por favor- me dijo, corté y se las mandé enseguida. Ulises colgado del trapecio, Guadalupe, con sus siete años, disfrazada de novia de casamiento, toda maquillada.
Miré a Guadalupe. Había decidido no molestarla en nada. La dejé que estuviese descalza, desabrigada, me pidió mirar Nausica y el valle del viento en el proyector. Acomodé todo como si estuviera en el cine y le preparé unos pochoclos. Me pareció que era obvio que ese iba a ser su último deseo. Quise simplemente dejarla ser.
Al ratito, Flor pasó por casa. Sus ojos parecían dos huevos fritos, redondos y gigantes, más claros que nunca. “Ay flor”, le dije y la abracé fuerte. Flor, de pronto, se empezó a reír como una loca y a decir chistes.
¿Habremos hecho la tarea? ¿Qué seguirá después de esto? uhhh al final nunca trabajé mi saturno en sagitario.
La risa como ironía o como paradoja. Flor se reía de la tragedia, no podía no reírse porque en el fondo logró, al final de todo, ser optimista con los desenlaces.
Así fue cómo se llevó a los chicos al estero, a tirar piedras al agua estancada. Martín apenas llegó a casa se armó un porro con un poco de opio, y enseguida ya se había hecho de noche. Yo prendí la estufa y la lámpara marroquí de luz amarilla. Hacía calor en casa, fumamos y empezamos a tocarnos.
Tiramos el colchón al piso y nos reímos de no tener que usar forros. Pusimos "The endless river" de Pink Floyd. Me llevó a un tiempo medieval. El lugar era un campo verde, había trigos alrededor. éramos seres de otro tiempo, humildes. Se veía una casa de piedra. Se escuchaba un arroyo que corría, era de día y estábamos revolcándonos en los pastos. Cada beso, cada caricia, cada lugar que nos tocábamos era una sensación distinta. Lo vi hermoso, con su pecho gigante y fuerte. Sentí esa conexión particular que teníamos y que hacía mucho no sentía. Me repetí para adentro "no nos vamos a perder" y tuve la certeza de que en algún lugar del éter íbamos a vivir juntos, que en cada encuentro de dos enamorados en cualquier dimensión estaríamos presentes.
Terminamos juntos al compás de no sé qué. Tal vez los grillos. Nos quedamos abrazados: yo como un cangrejo dentro de mi caparazón que era su pecho. Me di cuenta lo flaca que estaba. Miré mis tetas y eran como pasas de uvas. Habían sido como unas uvas pomposas y ahora estaban consumidas, deshidratadas. Llegamos justo a ponernos la ropa, los chicos volvieron y la flor se fue, nos quedamos los cuatro saltando en el colchón en el piso.
Pusimos música bien fuerte y bailamos. No toda danza es macabra, pensé.
Nos preparamos para el temazcal. Saqué la carpeta de canciones y me puse a repasar.
Fuimos a la ceremonia por el camino del bosque. Los animales estaban extraños, era como si quisieran despedirse. La luna ,que empezaba a menguar, salió por entre los árboles y se veían cientos de picaflores muy grandes. Algunos pájaros carpinteros golpeaban los árboles. Era ridículo y gracioso. Nunca había visto ni escuchado a esos pájaros en la noche.
Prendimos el fuego y pusimos las piedras. Hicimos un pozo y ofrendamos semillas y algunas flores. Recuerdo que en un momento, Gabriel, dijo: “¿y si no pasa nada?" y todos nos reímos. También era una posibilidad, que amaneciera y simplemente siguiéramos acá en el mundo.
Yo decidí no entrar al temazcal, me fui a pasear al bosque con los chicos. Me colgué en la mochila delantera a Ulises. Su pelo rubio y largo le llegaba debajo de los hombros y yo podía sentir su calor. Tenía sueño él, así que lloró un poco y yo empecé a caminar con ritmo. Entre todas las capas de ropa saqué mi teta y la puse en su boca, era una posición perfecta dentro de la mochila. El siempre tenía una mirada tierna, de niño cuidado, atendido. Tararee "Rie chinito" cambiando algunas partes de la letra. Se durmió en un éxtasis.
Desde lejos se escuchaban los gritos y cantos de adentro del temazcal. Parecía un exorcismo. A Guadalupe le dieron ganas y se mandó decidida para entrar a cantar con ellos. Yo no. La soledad era un momento perfecto.
Esperé a todos en el comedor, mientras cortaba frutas y tostaba semillas de girasol. Cuando fueron llegando con rostros cansados, los abracé uno por uno. El ambiente era calmo. Agradecí haber elegido este lugar y esta gente para vivir. Hicimos una rueda gigante. Me senté en cuclillas en el suelo con Ulises encima y “la noche”, mi gata negra, arriba de él.
Empezó a clarear y me dio mucho sueño. Me sentí extraña, era el último rato que iba a vivir y quería estar presente. Me serví un café bien caliente y me senté en ronda. Éramos un montón. Después cerré los ojos, Guadalupe creía que era todo un juego y eso me calmaba. Prefería que lo tomara así, que no tuviera miedo. Se quedó dormida en las piernas de Martín. Yo ya no quería ver más. Prefería la sensación de los ojos cerrados mientras se escuchaban algunos rezos y algunos llantos también. De pronto nos tomamos las manos entre todos y tuve una sensación de plenitud que nunca había sentido antes.
Dábamos pasos hacia los costados. Por suerte nadie tropezaba porque creo que todos teníamos los ojos cerrados. Se me vino una imagen poderosa como un recuerdo vivido:
yo, metida en el mar, de noche, totalmente sola y desnuda, pero no tengo miedo. Hace calor y el agua está hermosa. Es una noche sin luna, sin embargo hay tantas estrellas que igual se ve. Hago la plancha. Es el mar aunque parece un lago, porque casi no hay olas. Miro al cielo y está lleno de estrellas. Me reincorporo y cada movimiento que hago surgen miles de luces verdes y azules debajo del agua, son como pequeños estallidos. Es un fenómeno que hacen las algas, pero no quiero racionalizarlo. Plancton, bioluminiscencia, noctilucas, muchas maneras de llamar semejante magia. Otra vez aparece mi voz interior. Tampoco soy yo la que lo dice sin embargo es mi voz y está adentro mío "Ola por ola /el mar lo sabe todo/ pero se olvida".
Por Guillermina Harrington