Habíamos pasado todo la noche de semáforo en semáforo mientras juntábamos monedas para el hotel. Estábamos cansadas pero contentas, vivíamos el día a día, viajando. Éramos perras de la calle, meneando felices las dos colas. No, no éramos putas, éramos malabaristas del fuego. Cosa que amaba decir.
Luego de deambular la ciudad buscando un hotel, encontramos uno de mala muerte, pero decente. Lo primero que hice fue darme una ducha, quitarme el olor a gasolina del cuerpo, y las marcas del hollín en las manos. El baño era compartido así que había que atravesar un largo pasillo oscuro con puertas de lado y lado.
Una vez terminado mi ritual de espuma, salí, con las chanclas mojadas, la ropa sucia en una bolsita de plástico, la cabeza envuelta en la toalla, dejando huellas de agua por todo el pasillo. Antes de llegar a la habitación, por llamar de alguna manera al hueco donde dormíamos, escucho un : “tsss tssss” que venia de una de las puertas del corredor. Me asomé y vi a una mujer esquelética de raza negra, sentada en el borde de la cama, tomando un trago de una botella de coca cola llena de un liquido transparente y fumando un cigarrillo, casi comiéndolo.
- ¿ No te da miedo quemarte?- me preguntó sin mirarme frente a un espejo sobre la pared.
- Disculpe, no entiendo- le respondí
- Te vi hacer malabares en el semáforo de la Atahualpa- me dijo, mirando mis chanclas y luego mi cabeza que goteaba agüita de un mechón de pelo que tenia suelto.
-Ahhh, claro, no, no me da miedo, hay que tener cuidado no mas- le dije, mientras me acomodaba el pelo para que no goteara.
-A mí no me gusta el fuego, solo el humo que deja- respondió, pegándose otro trago y arrugando la cara. Le sonreí, sin ganas solo para llenar el vacío, sin saber qué más decir. Mientras me despedí solo moviendo la cabeza, como los japoneses.
- Ven que te invito un trago, o te asusta mi cara- me dijo, riéndose, y tratando de esconder con los labios, los dientes que le faltaban.
- No, no, para nada- le dije. Y me senté en la cama frente a la suya.
- Gasolina de avión , le dicen, es trago para gente fuerte- dijo sonriendo y extendiéndome un vasito lleno. Solo con olerlo y todo el nombre tenia sentido.
-Gasolina de avión- repetí despacio y lo tomé, sin respirar, solo cuando atravesó la traquea pude soltar ese aliento de dragón borracho- Fuerte esa huevada- le dije, haciendo señas con las manos de que no quería mas.
Se sirvió otro vaso y me extendió otro, ignorando mis gestos y mis notables ganas de volver a mi habitación. En ese momento ya me pesaba la enorme toalla que tenia en la cabeza, así que me la quité, y la deje alrededor de mi cuello. Para no mojar la cama.
-Ponte cómoda, todavía nos queda bastante- dijo ella con una voz más áspera.
Miré la botella de coca cola llena de ese trago diabólico y supe que esto iba para largo.
Hablamos de la calle, de los malabares, de los viajes, me contó que era de Esmeraldas, que vendía inciensos, de sus nietos, de sus hijos, le conté de los planes que tenia con mi amiga, de lo dura y dulce que puede ser una avenida.
Nos empezamos a poner sentimentales. Yo ya había acomodado mi espalda en la pared y el alcohol me pasaba sin mucho rogar. Ella ya sonreía sin taparse los dientes. Estábamos disfrutando el momento. Como dos amigas que se encuentran a los años.
-Te regalo estas 3 cajitas de incienso- me dijo mientras estiraba la mano- una para que te proteja en los viajes, otra para la salud, y otro para que no te falte sexo en la vida- me dijo.
Lanzamos una carcajada y brindamos otra vez. Se quedó callada un momento mirando la pared, y se apretaba los labios intentando no llorar, como una niña aguantado el berrinche.
-Yo no quería matarla. La mujer de mi hijo le puso los cachos, esa hijeputa lo cuerneó a mi bebé. Mi hijo es tranquilo, pero yo si le reclamé, y esa careverga se me reía, se me reía, se reía de mí , de mi hijo, de toda mi familia, que nos hemos sacado la chucha para sacarla del puente donde vivía. Somos pobres amiga, pero logramos levantar una casita entre todos. La cosa es que no soporté su risa. Porque no era ella, amiga, era el diablo que estaba en sus dientes ella es el diablo, y mi hijo no se merece tanta maldad. Así que agarré un cuchillo y le di su merecido, 3 veces le di, ‘tac, tac tac’, sin pena, y se me quedó ahí botada en el piso, llena de sangre- hubo un silencio largo- ¿Y sabe qué hizo esa desgraciada mientras me iba? ¿ Sabe qué hizo? Se me reía mi niña! A esta gallina vieja!- soltó de un tirón con una risa final macabra.
No dije nada, me senté recta en la cama pensando en la manera de irme, sin que se sintiera amenazada.intenté hablar sin saber qué decir para llenar el vacío y me interrumpió al segundo. Decía cosas que no entendía Hablaba mirando a la nada, movía las manos, conversaba con la pared y con todos los personajes de su historia, mientras lloraba y se reía sin parar.
De golpe dejó de llorar, se limpio la cara, y sin mirarme me dijo:
-Ándate , no te olvides de los inciensos, el primero es protección. Cogí mi bolsita de ropa sucia, mis inciensos y mi toalla. Salí de su habitación, las huellas y los charquitos de agua del pasillo ya habían desaparecido. Entré en la habitación como un zombie, mientras mi amiga dormía.
-Tenga cuidado con el fuego mi niña- escuché gritar desde esa otra habitación. Y cerré la puerta con llave. Al día siguiente ya se había ido. Pasé por su habitación y solo vi la botella de plástico vacía apoyada en la mesita de luz.
A pesar de toda la mezcla de sensaciones que tenia en el cuerpo, pude dormir sin problemas, seguramente por el alcohol. No le conté nada relevante a mi compañera de viaje, solo lo básico.
Volvimos a la Atahualpa a hacer lo nuestro, malabares pero sin fuego, no tiene sentido en la mañanas, así que usamos dos cadenas con tiritas de colores y unos banderines. juntamos la plata y volvimos al hotel a recoger las cosas, porque debíamos seguir el viaje.
En el bus camino a ya no recuerdo dónde, vi su imagen en una tienda en la carretera, la estaban buscando. No dejé de pensar en ella en todo el camino. Cuando llegamos a destino fui a la policía, hablé de lo que me había contado y de dónde la había visto por primera y ultima vez.
No me sentí ni más tranquila ni más aliviada, solo seguí.
Convencí a mi amiga de ir a un hotel un poco mejor de lo que estábamos acostumbradas, dejamos las mochilas y de inmediato encendí un incienso de la primera cajita. Esperé que se consumiera todo y salimos a recorrer un poco la ciudad... Así seguimos por algunas semanas y poco a poco me fue pasando la angustia que se me había impregnado como humo en el cuerpo.
Volví a disfrutar del viaje y de conocer gente nueva.
Uno de esos tantos días , tuve algo de curiosidad y por la noche encendí uno de los inciensos de la tercera cajita. Al terminarse salimos al semáforo como siempre, no sé cuando ni cómo , solo sé que apareció en medio del ruido de los autos y las luces de la avenida. Era todo menos lindo, pero conectamos al instante, como un imán, casi sin hablar, bailamos una magia que no podría describir con palabras, así que no pasó mucho que terminamos en un motel cercano teniendo sexo toda la noche... luego desapareció perdiéndose entre la gente y la noche. Y sin amor ni nostalgia aún tengo intacto su aroma en mi piel. Como el humo, como el humo cuando muere el fuego.
-Yo no quería matarla. La mujer de mi hijo le puso los cachos, esa hijeputa lo cuerneó a mi bebé. Mi hijo es tranquilo, pero yo si le reclamé, y esa careverga se me reía, se me reía, se reía de mí , de mi hijo, de toda mi familia, que nos hemos sacado la chucha para sacarla del puente donde vivía. Somos pobres amiga, pero logramos levantar una casita entre todos. La cosa es que no soporté su risa. Porque no era ella, amiga, era el diablo que estaba en sus dientes ella es el diablo, y mi hijo no se merece tanta maldad. Así que agarré un cuchillo y le di su merecido, 3 veces le di, ‘tac, tac tac’, sin pena, y se me quedó ahí botada en el piso, llena de sangre- hubo un silencio largo- ¿Y sabe qué hizo esa desgraciada mientras me iba? ¿ Sabe qué hizo? Se me reía mi niña! A esta gallina vieja!- soltó de un tirón con una risa final macabra.
No dije nada, me senté recta en la cama pensando en la manera de irme, sin que se sintiera amenazada.intenté hablar sin saber qué decir para llenar el vacío y me interrumpió al segundo. Decía cosas que no entendía Hablaba mirando a la nada, movía las manos, conversaba con la pared y con todos los personajes de su historia, mientras lloraba y se reía sin parar.
De golpe dejó de llorar, se limpio la cara, y sin mirarme me dijo:
-Ándate , no te olvides de los inciensos, el primero es protección. Cogí mi bolsita de ropa sucia, mis inciensos y mi toalla. Salí de su habitación, las huellas y los charquitos de agua del pasillo ya habían desaparecido. Entré en la habitación como un zombie, mientras mi amiga dormía.
-Tenga cuidado con el fuego mi niña- escuché gritar desde esa otra habitación. Y cerré la puerta con llave. Al día siguiente ya se había ido. Pasé por su habitación y solo vi la botella de plástico vacía apoyada en la mesita de luz.
A pesar de toda la mezcla de sensaciones que tenia en el cuerpo, pude dormir sin problemas, seguramente por el alcohol. No le conté nada relevante a mi compañera de viaje, solo lo básico.
Volvimos a la Atahualpa a hacer lo nuestro, malabares pero sin fuego, no tiene sentido en la mañanas, así que usamos dos cadenas con tiritas de colores y unos banderines. juntamos la plata y volvimos al hotel a recoger las cosas, porque debíamos seguir el viaje.
En el bus camino a ya no recuerdo dónde, vi su imagen en una tienda en la carretera, la estaban buscando. No dejé de pensar en ella en todo el camino. Cuando llegamos a destino fui a la policía, hablé de lo que me había contado y de dónde la había visto por primera y ultima vez.
No me sentí ni más tranquila ni más aliviada, solo seguí.
Convencí a mi amiga de ir a un hotel un poco mejor de lo que estábamos acostumbradas, dejamos las mochilas y de inmediato encendí un incienso de la primera cajita. Esperé que se consumiera todo y salimos a recorrer un poco la ciudad... Así seguimos por algunas semanas y poco a poco me fue pasando la angustia que se me había impregnado como humo en el cuerpo.
Volví a disfrutar del viaje y de conocer gente nueva.
Uno de esos tantos días , tuve algo de curiosidad y por la noche encendí uno de los inciensos de la tercera cajita. Al terminarse salimos al semáforo como siempre, no sé cuando ni cómo , solo sé que apareció en medio del ruido de los autos y las luces de la avenida. Era todo menos lindo, pero conectamos al instante, como un imán, casi sin hablar, bailamos una magia que no podría describir con palabras, así que no pasó mucho que terminamos en un motel cercano teniendo sexo toda la noche... luego desapareció perdiéndose entre la gente y la noche. Y sin amor ni nostalgia aún tengo intacto su aroma en mi piel. Como el humo, como el humo cuando muere el fuego.
Por Catalina Francisco
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