Creo que todas las preguntas me surgieron cuando la Sra. Smith vino a vivir a uno de mis departamentos. Ella es más o menos de mi edad y parece una buena persona. O eso me pareció al menos. Enviudó no hace mucho tiempo y siempre recordaba a su marido cuando tomábamos una taza de café que Lily -así se llama ella-me invitaba cada vez que iba a cortar el pasto en el patio contiguo de su casa.
Tuvimos largas charlas acerca de mi familia, su hijo, su nuera y amigos en California. También de los tiempos pasados en los cuales éramos felices caminando por la calle sin demasiados autos, yendo a ver una película una vez a la semana y oyendo las radio novelas, o los partidos de béisbol.
Su pasado no fue como el mío. Tuvo problemas con su marido ebrio y su hijo, según me confesó, jamás supo elegir su pareja. Su ex mujer lo dejó por otro hombre cuando cumplieron apenas dos años de matrimonio. También, los problemas laborales lo sumieron en depresiones cíclicas, buscando trabajo, perdiéndolo y volviendo a mudarse a otra ciudad más atractiva del planeta, dijo ella, pero en realidad de los estados de California, Missouri y
Me siento afortunado de tener una historia más tranquila y estable. Crecí en el mismo estado que me vio nacer. Aprendí un oficio con mi padre que era obrero de la construcción en el que pude lograr un buen pasar económico para poder contar con algunos condominios hechos por mis propias manos en el vecindario. Gozo de una buena vida pero sin muchos lujos. Mi heladera no está repleta, pero siempre hay frutas y verduras de todos los colores y algunos distintos quesos holandeses que son mi devoción. Alcohol ya no bebo desde los años en que iba a bailar el jazz con mis amigos de la secundaria. El único permitido son los quesos. No tengo mascotas porque un poco me recuerdan a los años con Carol y muchas veces me digo qué tal vez es mejor no recordar tanto.
Mi esposa fue una mujer encantadora y una excelente madre. Tengo la imagen de ella a la mañana bien temprano poniéndose el sobretodo y saliendo a caminar por el parque con las primeras luces de la mañana. También con olores a inciensos que se mezclaban con la salsa que preparaba con 2 o 3 horas de anticipación y usaba un secreto de paprika que había heredado de su abuela húngara.
A pesar de algunas desavenencias durante tantos años de casados, nuestro amor se fortaleció con los años como un viejo roble y cuando murió, tal vez estuve un par de meses de riguroso luto, pero reconocí que no había demasiados remordimientos para hacerme aunque podría haber sido menos cuidadoso con el dinero y haberla llevado a conocer New York, como ella me pedía. Jamás lo hice. Creo que me equivoqué.
Al principio pensé que Lily Smith podría ser una buena compañera en la última etapa de mi vida y traté de visitarla seguido con la excusa de arreglar su jardín. Tenemos casi la misma edad, es una mujer inteligente que tiene devoción por conocer el mundo. Hasta le hubiera ofrecido hacer un viaje a New York e ir de paseo a la Estatua de la Libertad, que mi hijo considera que es lo más Kitsh que se puede hacer en esa ciudad, pero que a Lily le encantaría.
No tarde mucho en darme cuenta que ella si bien disfrutaba de mi compañía, siempre en algún momento cuestionaba la ciudad y a su familia. Incluso de la propia casa que yo le alquilaba. Siempre parada en la falta. En lo que no hay: ni shoppings, ni cines grandes, ni nada. Que no le gusta utilizar los autobuses porque son para negros y para discapacitados, que su hijo y su nuera no se preocupan por ella y no la visitan. Por último, empezó a quejarse del alquiler y de que la casa que habitaba no era tan cómoda.
Traté de disuadirla y de decirle que en el verano entrante le haría mejoras a la casa y a la caldera. Pero no hubo caso, ella quería volver a California. Pero no a la California de los estudios de cine ni de las playas, sino del interior chato y arenoso. Por último, traté de hablar con su hijo Joe. Me acerqué un día que había ido a cenar con su madre y su mujer, Jill. Pero no tuve el coraje de acercarme. En un momento ví, como ella lloraba, Joe se agarraba la cara con las manos y se echaba para atrás y Jill gritaba, asustada. No me pareció justo entrar en ese momento y lo dejé pasar.
Cuando llegó el último día, pasé por su casa y le pregunté: -Me escribirás Lily? Ya sabes dónde vivo, estaré esperando noticias tuyas.
-Sí, claro, te escribiré sin duda pero ten en cuenta que no soy una persona que vuelve sobre sus propios pasos- remató con una frase que sonó tajante y me desconcertó , ¿qué habría querido decir? ¿Que no iba a volver por aquí? ¿O que nuestra relación estaba acabada? No lo sé pero continúo pensando que en algún momento, cuando esté regando los jardines, encontraré una carta de ella dentro del buzón rojo y tal vez sea mi oportunidad para invitarla a recorrer Nueva York.
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