Lo que me define fuertemente como mujer, más allá de mis genes, o de la sabia biología que me dio forma, es mi nombre. Es el nombre que me eligieron – Noelia- y el que yo vuelvo a elegir cada día, porque ahí voy vertiendo el contenido acerca de mi identidad: tan única como cambiante, maleable y rígida, la que tiene la forma de un rompecabezas que se arma y desarma casi a diario.
Con ese nombre, un sustantivo propio, elegido entre miles como miles de estrellas y de posibilidades, llega también la maternidad. Un hecho bisagra que quebró mi vida: jamás imaginé que parir podía reiniciar mí sistema de creencias y de costumbres.
La suerte se echó a mi favor: tuve dos hijos varones con los que inicié su crianza en una lucha apasionada que terminará el día que acabe mi vida. Lucha que doy a diario ( en una conversación con ellos en el que repiten axiomas como:
-Mamá, sos la mujer, vos tenes que cocinar- dijo el más chico mientras llegaba hambriento del colegio una tarde en la que yo recién llegaba de trabajar.
Entre las paredes de mi casa vive una mujer que incansablemente defiende los derechos de las mujeres y busca cada día derribar un poquito la cultura en la que vivimos.
Pero para mejor aún, vivo con 3 personas del sexo opuesto, y ahí está la voz incansable de sensibilizarlos e intentar ir contra el patriarcado.
Parece un acto de domesticación hacia el hombre, pero yo lo llamo amor a la mujer.
Cuando la mujer nace, ahí mismo la cultura imprime sobre ella infinidad de exigencias, las que intenta incansablemente ser cumplidas, para complacer a los demás, pero yo me pregunto: ¿Quiénes son los demás?, ¿Mi madre? , ¿Mis abuelos, mi novio, mi marido, mis hijos?
Desprenderme de eso tal vez, me lleve toda la vida, pero creo que lo peor aún es morir en el intento.
En el libreto de los mandatos, mi madre se empeñaba en mandarme a una escuela en la que aprendiera a bordar, a tejer. Después también le pedía a mi abuela que se ocupara de enseñarme a cocer en una vieja y ruda máquina a pedal, la Singer que más de una vez aplastaba mis cortos pies ahí debajo, cuando yo intentaba ganar velocidad en mis costuras.
O sino los domingos cuando me venía a buscar mi abuelo en un viejo Taunus verde y me decía con voz tierna:
-Noe, la harina está sobre la mesa, tu abuela te va a enseñar a hacer tallarines hoy- con su voz áspera pero amorosa.
Entonces yo, genuino producto de la cultura patriarcal, niña con nula capacidad de análisis, iba feliz con mi abuelo mirando por la ventanilla hasta llegar a su casa, y ahí me disponía a aprender cada domingo una receta nueva. Sean ravioles o un estofado de cordero o zapallitos rellenos.
Ahora cada vez que paso a saludarla a mi abuela la escucho decir como un sermón:
- Nena no dejes que nadie le cocine a tu marido, yo te enseñe a cocinar de todo! Mira que a los hombres se los conquista con la panza llena..!
Y dos por tres ella misma, arremete con que mi marido está flaco:
-¿nena, vos le cocinas a tu marido?- dice con el ceño fruncido de la desconfianza a lo que siempre en actitud de sorpresa le respondo
-¿Por qué abuela?
. ¡Porque si no le cocinas se va a ir con otra!- remata y yo gruño y vuelvo a casa invadida por el enojo.
También iba a danzas, a vóley, a aprender inglés, a piano con mi seño Niní, y hasta hacer un curso intensivo en Olavarría a los 10 años mientras pasaba unas vacaciones de invierno ahí en la ciudad del cemento.
Claudia, mi madrina, me anotó en un curso para aprender tarjetas españolas y exigía una prolijidad que yo ni por más que me concentrara demasiado, lo lograba. Contenta volví a casa a mostrar mis tarjetas porque sabía repujar el papel vegetal de maravilla. Ahí fue cuando me encomendaron hacerme todas las tarjetas para mi comunión, asique muchas tardes, al lado de la salamandra de mamá me sentaba al llegar de la escuela para cumplir con esa celebración.
Podría contar algunos aprendizajes más que, cosas que se hacen en el campo como macerar bondiolas y jamones en sal y demás, pero creo que fue suficiente.
Hoy no me enorgullece sentirme a veces mandrake, ese personaje fantástico de las tiras cómicas que resolvía absolutamente todo. Yo tengo la salvedad de que no salí de una tira cómica y resolver casi todo en casa me agobia.
Lejos de ser un mago surgido de un género de fantasía, saber hacer mucho y más de lo impuesto, me estresa. Sin embargo, también me invita a una vida de fantasía. Algo podré crear con tantas enseñanzas, todavía quizá no lo sepa a ciencia cierta, pero sospecho que es algo distinto y al mismo tiempo, una revancha propia.
Sorprendente relato y todo real !!! Tantas cosas que había que enseñar y aprender sin razón de ser !!!! 👏👏👏Un placer leerlo ❤️
ResponderEliminarEm muchas cosas me identifico, descripto tal cual nos fue pasando la vida, dejando nuestro sello en cada cosa que hacemos o emprendemos. Y si, parece que tenemos que ser mandrake, que no podemos darnos el lujo de no poder, no querer o estar cansadas. Difícil el papel que nos ha tocado y nos toca jugar en esta sociedad.
ResponderEliminarGracias por permitirnos leer tu escritura❤