jueves, 13 de septiembre de 2018

Gonzalo


Son las 11 de la mañana y acompaño a mi señora que tiene turno con el médico.
La mañana amaneció lluviosa, y por eso salimos de casa en un remis. En el corto viaje escucho que el locutor de radio, dice:
- La tormenta se prolongará por todo el fin de semana, se esperan fuertes vientos de sudoeste y probabilidades de granizo en el sur de la provincia.

El monocorde tono de un locutor de noticias. Serio, sobrio, soso.
 De fondo escucho las gotas de lluvia golpear el techo del auto y el ruido del limpia parabrisas averiado del viejo Sedan. Al llegar al sanatorio abro la puerta y bajo del auto esquivando otro que estacionó detrás del nuestro. Después, salto un charco que se formó entre la calle adoquinada y la vereda y corro rápidamente hasta la puerta de entrada: el chaparrón que cayó me empapó de los pies a la cabeza.  Mi señora fue más viva: bajó del auto y se resguardó en el kiosco de al lado hasta que el aguacero amainó.

Vino como una bailarina que esquiva los charcos.
En la sala de espera nos sentamos frente al escritorio de la secretaria: a mi derecha una señora con un bebé en brazos mientras juega desde el suelo con un autito su segundo hijo; una pareja de viejitos más allá y en la silla del rincón, una señora leyendo una revista de moda. Me sequé la cara con unos pañuelitos de papel mientras le sonreí al niño que tirado en el suelo me miró y me mostró su lengua de color violeta. Me reí.
Chequeo mi celular y un mensaje de mi compañero preguntó:
- ¿Regresas a la oficina?
-No-respondí y guardé mi teléfono en el bolsillo de mi campera.
Pasó media hora que salí del trabajo y éste ya me está rompiendo las pelotas-pensé- las cosas se hacen esté quien esté, eso siempre dijo mi jefe- dije de un saque y mi señora me miró y preguntó:
- ¿Pasó algo?
-No-respondí- ¿por?
-Te escuché suspirar.
Cuando empecé a contarle, la secretaria la llamó. Ella se levantó y caminó unos diez pasos e ingresó al consultorio del doctor; yo me quedé pensando en el informé que tiene que presentarle al gerente, en los eventos acontecidos del mes que están corregidos, las observaciones y las sugerencias también. No hay que preocuparse-me dije- siete años haciendo lo mismo, un día que lo presente u otro, no pasa nada.
Veo a un tipo parado junto a la entrada de la clínica, pero del lado de afuera: con un piloto negro y un paraguas muy llamativo de color rosa con adornos verdes y naranjas, me acerqué porque me pareció conocerlo. Efectivamente, es Gonzalo un ex compañero de trabajo.
-Gonzalo- grité
- ¡Que haces cabeza querido! -respondió.
Nos abrazamos y recordó que hace más de siete años que no nos vemos, “como pasa el tiempo”, acotó. Él fue mi compañero de oficina y se encargaba de hacer los informes todos los días, después que decidió cambiar de función, ese trabajo lo empecé a hacer yo hasta el día de hoy. Estaba más gordo y más pelado: su cara redonda y sus cachetes inflados y colorados se acomodaban alrededor de su gran sonrisa, detrás de sus anteojos se escondían sus ojos negros pícaros y achinados. Cerró y apoyó su paraguas junto a la puerta, metió su mano derecha al bolsillo: sacó su celular y me pidió mi número. Mientras lo agendaba, me contó que llegó tarde y perdió el turno con el cardiólogo y estaba esperando a su mujer que había ido a buscar el auto que estaba estacionado en la cochera de la vuelta.
- ¿Todo bien? - pregunté
-Sí, tengo que cuidarme en las comidas, nada de sal ni grasas, salir a caminar y tratar de no estresarme-finalizó
Me comentó que estaba contento porque lo habían ascendido a jefe y lo que más le gustaba era que trabajaba con sus hermanos. Recordó cuando Salvador, nuestro jefe de ese entonces, me pidió que le busque información sobre una persona: como mi trabajo no fue el adecuado me cagó a pedo literalmente, se río mucho de esa situación porque se acordó de mi cara. No sé cuál fue, pero sé que salí empapado en transpiración por los nervios. Me preguntó por mis hijos y me contó que con su mujer no pueden ser padres, esas palabras le desdibujaron su sonrisa. Recordé el día de su casamiento y cuando la novia de Segovia agarró el ramo y se torció el tobillo en el salto. Un auto se estacionó a metros nuestro y se despidió con un beso y subió.  Vi como la lluvia golpeaba sobre el techo del corsa blanco mientras se alejaba y me saludaba sentado en el asiento del acompañante.
- ¿Quién era? -preguntó mi señora saliendo del sanatorio
-Gonzalo mi compañero de oficina-respondí-
- Si me acuerdo, ¿cómo anda?
-Me dijo que bien-y no dije mas
-Como llueve, ¡mira! alguien se olvidó un paraguas
-Es de Gonzalo, se fue apurado y se lo olvidó.
Lo tomé y lo abrí, abracé a mi compañera y cruzamos la calle esquivando y saltando charcos de agua, caminamos unas tres cuadras y tomamos un taxi.
Como a las cinco de la tarde en casa entre mates y redes sociales un mensaje en el celular me heló la sangre:
-Gonzalo Freire falleció en el trabajo producto de un paro cardiorrespiratorio. QEPD-.
La noticia golpeó mi cabeza fuerte como un palazo, aturdido y desorientado llamo a mi compañero quien me confirma el triste y desgarrador suceso:
-Fue atendido en enfermería por un fuerte dolor en el pecho, el servicio médico le dio la salida y cuando se fue a cambiar se desplomó en el pasillo del baño-dijo y se le entrecortó la voz- cuarenta y cinco años, esto es una locura
-Lo vi hoy al mediodía en el medico y estuvimos charlando-dije mientras me tomaba la cabeza - no lo puedo creer.
La tristeza se apoderó de mí, quedé inmóvil pensativo y con un gran pesar en mi pecho, mis ojos se humedecieron, me senté en el sillón del living junto a mi perro que ladró cuando entró mi mujer toda mojada, con el paraguas rosa con adornos verdes y naranjas roto en su mano.

Por Facundo Quiroga

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