Es un aeropuerto cualquiera y hace mucho frío. El vuelo está demorado, y yo aproveché a sentarme en la cafetería: primero me saqué el sacón, me acomodé en la mullida silla y pedí un café fuerte como a mí me gusta. En la espera, leí un poco de todo. Luego escribí, no mucho. Cuando acabé con la prosa espontánea, me puse a observar el movimiento habitual del sitio: valijas, niños corriendo, gente cansada, otra animada. Cuando casi sin querer, miré la puerta, te vi. No sabía quién eras, pero me impactó tu presencia. Ibas vestido de calle, pero con un toque especial. No sé, me pareció: usabas lentes oscuros, el pelo entrecano y una seguridad singular: entraste apurado, te quitaste los lentes, miraste alrededor, después me miraste y yo te devolví el gesto. Nos sonreímos y vos fuiste quién rompió el hielo:
- Se demoró mi vuelo- dice con una voz ronca y fuerte de cigarrillos negros.
-El mío también- respondo
- ¿Puedo sentarme?- pregunta mientras se apoyaba en el respaldo de una silla vacía y yo asiento con la cabeza. Se sienta, llama al mozo y me mira:
- ¿ Un Café?
- Bueno- digo
- El mío fuerte también- dice él
- Se demoró mi vuelo- dice con una voz ronca y fuerte de cigarrillos negros.
-El mío también- respondo
- ¿Puedo sentarme?- pregunta mientras se apoyaba en el respaldo de una silla vacía y yo asiento con la cabeza. Se sienta, llama al mozo y me mira:
- ¿ Un Café?
- Bueno- digo
- El mío fuerte también- dice él
Llega el café y entre el vaivén de las tazas me cuenta de las cosas que ama: la poesía, los libros y el arte. De pronto se oyó la voz por los altoparlantes: “tripulantes con destino a…”, mi avión se anuncia y yo lo despido apurada:
- Bueno, suerte con tu vuelo. Un gusto.
- Es el mismo que el tuyo- responde y se ríe de mi gesto de asombro. “Bueno, el destino dirá”, pensé en voz bajísima mientras los dos nos fuimos corriendo hacia la puerta.
- Bueno, suerte con tu vuelo. Un gusto.
- Es el mismo que el tuyo- responde y se ríe de mi gesto de asombro. “Bueno, el destino dirá”, pensé en voz bajísima mientras los dos nos fuimos corriendo hacia la puerta.
Por María Luz Pappalardo
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