(Diario de un día)
Desperté sobresaltada. Miré el reloj y comprobé que todavía faltaban cinco minutos para que sonara la alarma. Siempre me despierto antes, es como si algo hubiera activado en mí una alarma interior. Me incorporé de la cama con la sensación recurrente de ser una marioneta manejada por un sarcástico titiritero que me empuja a hacer siempre lo mismo: levantarse a cierta hora, vestirse, lavarse los dientes, peinarse, hacer el desayuno, que la escuela, que el trabajo, la comida, la ropa. Es como si la vida humana fuera un círculo infinito de noches que se convierten en días, que se suceden en noches, con el único fin de trabajar para ganarse la vida, para perderse la vida, justamente, trabajando. Y yo aquí, intentando soltar las ataduras y aferrarme a la magia de una canción, la belleza de un poema y la redención de la escritura. Por eso, como a las ocho, me senté frente a la computadora, mate en mano, y escribí: “día jueves 2 de agosto:..”
Entretanto, algunos kilómetros más al norte, alguien llegaba también a su lugar de trabajo, se quitaba el abrigo y se apresuraba a poner manos a la obra. Alguien con familia como yo, con planes y sueños quizás como los míos, que de seguro también creía en la magia y la esparcía allí, entre cientos de niños. Yo no la conocía aún, sin embargo ahora, ya no me la puedo olvidar.
La mañana transcurrió como siempre, con más o menos trabajo, atendiendo a más o menos clientes, cobrando, vendiendo y renegando cuando las cosas no adelantan como uno quiere. Este parecía ser uno de esos días en que todo salía mal. Llegó la hora de ir a buscar la nena al colegio. Saqué la bicicleta y me di cuenta de que estaba desinflada. No podía hallar el inflador y cuando por fin lo encontré, estaba roto, asique no tuve más remedio que ir a pie. Llegué tarde a buscar a mi nena, tarde para hacer la comida, tarde para terminar el trabajo pendiente, en fin, muy tarde para todo. Cociné volando, nos sentamos a la mesa y encendimos el televisor.
En ese momento fue cuando la conocí. Se llamaba Sandra, tenía 48 años y había ido esa mañana a trabajar como todos los días, solo que esta vez no regresó. Su última preocupación fue el desayuno de un montón de pibes que llegarían en pocos minutos y que ella intentaba darles cada día con lo que tenía y como podía. Una fuga de gas la sorprendió entrando al aula. La explosión empujó su cuerpo casi cincuenta metros hacia afuera. Murió en el acto, al igual que el portero que venía detrás. Las imágenes eran impactantes: los muros destrozados, pedazos de ladrillos repartidos por todos lados, su cuerpo inerte tapado con una sábana, como abanderada de un reclamo sin palabras. Solté el tenedor y me quedé escuchando los comentarios de la gente.
—Podría haber sido yo —dice la directora acongojada.
—Cinco o diez minutos más tarde y agarraba a los chicos entrando al colegio —agrega una compañera.
Escuché muchos otros comentarios, se habló del destino, la mala suerte, el abandono del estado, la pobreza del barrio, el desempleo y tantas cosas. De pronto mis problemas ya no me parecieron tan graves. Comprendí que lo que no hice aún estaba a tiempo de hacerlo, que la goma desinflada se podía volver a inflar, la comida se podía preparar en un momento, la casa se podía limpiar cualquier día y la ropa sucia será ropa limpia otra vez. Entendí que todavía tenía un regalo sin abrir, y esto era más tiempo, para cumplir mis sueños, realizar los viajes que soñé, disfrutar de una tarde de sol tomando mate, o de una canción. Y sobre todo me di cuenta de lo afortunada que soy porque, a diferencia de otros que ya no podrán, yo hoy puedo llegar a mi casa y abrazar a mi hija. ¿Qué puede ser más importante que eso? Y es que la vida es un juego de escondidas con la muerte, hasta que un día, cuanto menos lo esperas, te encuentra a la vuelta de la esquina, te dice “piedra libre” y entonces el juego se termina.
Terminé mi diario del día jueves 2 de agosto, solté el cuaderno, el lápiz y me quedé en silencio. Mientras a lo lejos, en alguna radio, cantaba Jorge Drexler su canción diciendo: “la vida cabe en un clic, en un abrir y cerrar, en cualquier copo de avena. Se trata de distinguir lo que vale, de lo que no vale la pena.”
Por Valeria Gorlero
El blog de la Comunidad literaria Dos 8rillas. Un espacio de escritores y escritoras a cielo abierto, que reúne los relatos, cuentos, poesías, ensayos y crónicas de los viajeros de las Dos Orillas: un taller de escritura creativa, coordinado por el escritor Matías Kraber. IG: @dos8rillas Spotify Podcast Huellas:
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