
Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de gente que circulaba: era como un videoclip urbano en cámara rápida en el que subían y bajaban de los colectivos, una larga fila de taxis a la espera de un pasajero, el canillita del diario El Día se frotaba las manos al grito de: –¡Diario, diario!-mientras un cafetero ,con su carrito lleno de termos y vasitos de plásticos, le servía café a un tipo de escasa estatura
-¿Un poco de mariposa?- pregunto, mientras sacaba una petaca del bolsillo.
Luego, una señora con un niño en brazos pedía monedas y yo que no tenía un mango me quedé consternado. No era de la ciudad, me sentí un extraño, un sapo de otro pozo.
Ingresé al hall de la entrada de la estación y recordé, uno de los consejos de mi vieja
-Tene cuidado hijo, Buenos Aires no es Alvear, eso es otra cosa... roban- La frase era un pájaro de mal agüero que revoloteaba por mi cabeza. Metí la mano en el bolsillo del pantalón, agarré con fuerza mis únicos 20 pesos .La llave de casa y mi documento, bien escondidos en la faltriquera. Divisé a mi izquierda, dos jóvenes, más o menos de mi edad, uno vestía bombacha de campo, alpargatas, llevaba puesto un pulóver de lana y debajo una camisa.
-¿No tiene frio?-me pregunté. Una boina color marrón, disimulaba la avanzada calvicie. El otro ,campera y pantalón de jean, zapatillas topper, y un corte de pelo estilo “rolinga”. Me acerqué y le pregunté:
- ¿A qué hora sale el tren a Retiro?
—En cinco minutos y del andén 1- Me respondió el de bombacha de campo- Yo voy a Retiro y de ahí a Olivos
- ¿A qué hora sale el tren a Retiro?
—En cinco minutos y del andén 1- Me respondió el de bombacha de campo- Yo voy a Retiro y de ahí a Olivos
- Yo también voy a Olivos-respondí.
Sentí una seguridad y comenzamos una conversación. Me contó que desde hacía un año vivía en La Plata y que nació y se crió, en un pueblo llamado Facundo Quiroga, partido de 9 de Julio. Sonreí y dije:
Sentí una seguridad y comenzamos una conversación. Me contó que desde hacía un año vivía en La Plata y que nació y se crió, en un pueblo llamado Facundo Quiroga, partido de 9 de Julio. Sonreí y dije:
-Como yo. Me llamo Facundo Quiroga- dije y le causó gracia porque empezó a reírse a carcajadas, me abrazó, me palmeó la espalda, al grito de “El tigre de los llanos”.
Las personas que pasaban nos miraban extrañados, el chico de vaquero se despidió y se fue para otro lado, nosotros subimos al vagón y seguimos dándole cuerda a la charla.
También me contó que estaba viviendo en una pensión con su hermano y buscaba trabajo para bancar sus estudios de veterinaria. Nos sentamos enfrentados al lado de la ventanilla, él seguía contando historias, y en un momento dijo:
-En esta estación, Brad Pitt filmó una película- relató serio pero me pareció que estaba chamuyando. No obstante, hablaba con tanta seguridad que lo escuché
-Tengo un amigo que hizo de extra, soldado Austríaco. Es de mi pueblo y está estudiando teatro- expresó con orgullo mientras enarcaba las cejas y le brillaron los ojos.
-¿Como se llama la película?-Interrumpí
Las personas que pasaban nos miraban extrañados, el chico de vaquero se despidió y se fue para otro lado, nosotros subimos al vagón y seguimos dándole cuerda a la charla.
También me contó que estaba viviendo en una pensión con su hermano y buscaba trabajo para bancar sus estudios de veterinaria. Nos sentamos enfrentados al lado de la ventanilla, él seguía contando historias, y en un momento dijo:
-En esta estación, Brad Pitt filmó una película- relató serio pero me pareció que estaba chamuyando. No obstante, hablaba con tanta seguridad que lo escuché
-Tengo un amigo que hizo de extra, soldado Austríaco. Es de mi pueblo y está estudiando teatro- expresó con orgullo mientras enarcaba las cejas y le brillaron los ojos.
-¿Como se llama la película?-Interrumpí
-Siete años en el Tibet- respondió mientras se comía unas garrapiñadas que sacaba del bolsillo de su campera.
-¿Queres? Son caseras-Me ofreció y acepté. Siguió hablando de la película un rato largo, después me contó que su papá hacia chacinados: chorizos, bondiola, jamón crudo y además agregó algunas anécdotas de su vida en el campo.
Llegamos a destino, descendimos por unas escaleras mecánicas que no funcionaban, para tomar el subte. Era mi primera vez en ese transporte subterráneo. También él. Me ubico detrás de la larga fila hacia la boletería y cuando tocó mi turno, pedí:
-Dos boletos a Retiro por favor- dije y después se escuchó una vos gruesa diciendo:
-Del campo son los chorizos, se llama cospel- en tono fuerte desde el fondo y las risitas golpearon mi espalda, el calor me avanzó por todo el cuerpo; me sentí avergonzado, el boletero sonrió, me dio dos monedas llamadas cospel
-Si soy del campo y a mucha honra –gritó mi compañero
-¿Hay algún problema? Pregunto y nadie contestó, lo miré, bajé la vista y empezamos a caminar. Ya quería salir y subí rápido como toda la gente, mientras nos apretujábamos dentro del vagón. Recuerdo que me sentí como un ganado rumbo al matadero. Mi amigo miraba con ojos de perrito perdido, y yo empecé a sentir que me faltaba el aire. Vi que una persona se durmió en el asiento, otra leía el diario, una pareja de novios se murmuraban cosas al oído seguido de unos besos. Esa secuencia de imágenes me distrajo y amainó el ataque de pánico.
-Dos boletos a Retiro por favor- dije y después se escuchó una vos gruesa diciendo:
-Del campo son los chorizos, se llama cospel- en tono fuerte desde el fondo y las risitas golpearon mi espalda, el calor me avanzó por todo el cuerpo; me sentí avergonzado, el boletero sonrió, me dio dos monedas llamadas cospel
-Si soy del campo y a mucha honra –gritó mi compañero
-¿Hay algún problema? Pregunto y nadie contestó, lo miré, bajé la vista y empezamos a caminar. Ya quería salir y subí rápido como toda la gente, mientras nos apretujábamos dentro del vagón. Recuerdo que me sentí como un ganado rumbo al matadero. Mi amigo miraba con ojos de perrito perdido, y yo empecé a sentir que me faltaba el aire. Vi que una persona se durmió en el asiento, otra leía el diario, una pareja de novios se murmuraban cosas al oído seguido de unos besos. Esa secuencia de imágenes me distrajo y amainó el ataque de pánico.
Al llegar a Retiro, otra gigante estación, le di mi plata a mi acompañante para que compre el boleto con destino a Olivos. Me impresionó lo grande de esa estación: sus columnas, el largo de su vestíbulo, miles de personas caminando.
- Con el boleto en la mano- dijo un guarda con tono monocorde.
Nos ubicamos cómodamente en unos asientos. El tren comenzó su marcha hacia la zona norte del conurbano, llegamos a Vicente López, y mi nuevo amigo sacó un pedazo de pan y chorizo seco, que llevaba envuelto en papel de diario, dentro de una bolsa. Me ofreció un poco y le agradecí. Eran las diez de la mañana: “prefiero café con leche y unas medialunas”, pensé, mientras mi compañero le hincaba el diente al chori.
- Con el boleto en la mano- dijo un guarda con tono monocorde.
Nos ubicamos cómodamente en unos asientos. El tren comenzó su marcha hacia la zona norte del conurbano, llegamos a Vicente López, y mi nuevo amigo sacó un pedazo de pan y chorizo seco, que llevaba envuelto en papel de diario, dentro de una bolsa. Me ofreció un poco y le agradecí. Eran las diez de la mañana: “prefiero café con leche y unas medialunas”, pensé, mientras mi compañero le hincaba el diente al chori.
A los minutos llegamos a destino y nos despedimos con la promesa de juntarnos a tomar un vino o comer un asado. Anoté su dirección y teléfono en un papelito que aún conservo en uno de esos resquicios de la billetera. Creo que pasaron casi veinte años. Ya no volví a ir Olivos, estoy en Monte Hermoso y él estará por algún campo en el interior bonaerense. Somos vidas distintas que suceden al mismo tiempo, sin embargo, sospecho que todavía seguimos siendo amigos.
Por Facundo Quiroga
No hay comentarios:
Publicar un comentario