martes, 30 de julio de 2019

Nuestra cuadra en Meridiano












Meridiano V- La Plata

Vivimos en una típica cuadra de barrio platense en las que sólo hay dos casas de dos plantas, cuatro tienen jardín a la calle con jazmines, rosas, malvones y hasta una palmera. Hay cinco puertas que se abren a largos pasillos laberínticos donde crecen departamentos como si se tratara de un hormiguero. Allí se alojan los jóvenes que suelen alquilarlos. Por eso al atardecer cuando la mayoría de ellos entran o salen de sus viviendas, la cuadra se ve invadida por un agitado andar de bicicletas y de chicas y chicos vestidos de colores, con babuchas, rastas y mucho ciclamen, verde botella, rojo y turquesa propio de los aguayos. Es el momento en que uno siente que es parte de una patria más grande, que excede los límites del barrio. 
Es una bella imagen de la cuadra contrapuesta a la de las mañanas cuando salen de sus casas grandes, con garaje incluido, autos y utilitarios nuevísimos con algunas personas adultas y adustas. Por ejemplo sé muy poco de la médica que vive al lado de nuestra casa. Apenas saluda. La vemos salir a ella con una pibita  y un chico a la mañana temprano. Vemos el amontonamiento frente a su consultorio los días miércoles y viernes: muchachas y muchachos con bebitos, cochecitos, bolsos, biberones y hasta algún juguete. Inferimos que será una reconocida pediatra. Aunque no conozcamos su voz ni el color de sus ojos.
En una de las casas con jardín vive Lina. Suele apoyarse en el portoncito y está allí a la espera de algún transeúnte.
-Ya cumplí los 86 m’hijita –dice con una voz también rugosa- y no sabés cómo los siento en los huesos. La rodilla derecha no me deja ni dormir pero no me quiero operar.
-Pero Lina no estés sufriendo de gusto. A mi suegra la operaron y está re bien.
-Sí pero viste que mi obra social me manda al que ellos quieren. Y no me da confianza. Yo sé de uno que es buenísimo, pero lo tendría que pagar. Y no me alcanza. Eso que tengo la jubilación de empleada de comercio y la pensión de mi marido que era de judiciales, una pensión bárbara, nena. Pero todavía no me alcanza. Voy juntando ¿viste?. Porque no quiero ir al que me manda el Pami. 
-Bueno Lina, está bien. Pero vos fijate que no llegues a un dolor intolerable, o que ya no puedas caminar. 
-Ah no, nena. No. Por ahora despacito me hago los mandados a la mañana. Si no me muero. 
-¿Vos tenes familiares que vivan cerca?
-Tengo una hermana que vive en Villa Elisa y a veces me viene a visitar. Pero viste que yo siempre fui muy independiente. Me casé grande. Mi marido tenía un hijo que siempre vivió en Italia y viene poco por acá. Y cuando enviudé volví a vivir sola y te digo la verdad: me gusta. A mí me hincha tener gente al lado.
-Te preguntaba por si te operás…
-Ah sí, ahí tengo familiares para que me den una mano.
-Cualquier cosa contá también con nosotros.
-Gracias, nena! Ya sé. Tengo tu número de teléfono pegado en la heladera. ¡Hola, Ana!- exclama de pronto mientras voltea la mirada a la izquierda y ya se pone a charlar con otra vecina… y así se le pasa el día.
Hacia la esquina de 70, a la derecha de nuestra casa, la cosa se derechiza. Ahí vive un viejo malo, policía federal jubilado según me dijeron, que tiene rosales y jazmineros enormes y los cuida como un perro bulldog. No convida a nadie con  ninguna flor y no saluda, está siempre en la puerta para controlar todo. Al lado de su casa hay otra muy parecida, en la que vive un matrimonio grande que no se asoman casi nunca. A veces viene una mujer joven, de cabello lacio, largo y rubio, vestida de jogging, en un autito de esos eléctricos que parecen de juguete. Antes de entrar a la casa -que imaginamos será de sus padres- siempre saluda con cariño al viejo malo. Listo, ella también va en la clasificación de la derecha.
En cambio hacia la izquierda, viven: Lina; Ana, otra señora grande; Cascote con su perra Cristina a la que larga un rato al mediodía sólo para ponerse a gritar ¡Volvé Cristina! ¡Volvé!; un señor ciego con su hijo y su nuera; Marita, la profe de yoga y su hijita Juana. Y en la esquina de 71 se armó hace unos cinco años un centro cultural en lo que era una casa antigua y semi abandonada. Los jóvenes de ese espacio han pintado algunos paredones de la cuadra y han transformado a la casa misma. Ya no parece algo viejo y semidestruído sino un lugar mágico lleno de vida. Ofrecen talleres de plástica, de mosaico, de música, de peluquería y casi todos los sábados a la noche hay música y cerveza en el pequeño patio que da sobre 10. Nunca oí quejarse a ningún vecino. Eso habla bien de la cuadra, la vuelve más amable de lo que aparenta.
Los tiempos que nos atraviesan han dejado su marca. Cuando recién llegamos, hace unos ocho años, nos encontramos con un típico almacén de barrio en la vereda de enfrente. Tenía de todo. Los precios no diferían mucho de los del supermercado que está a tres cuadras. Así que nos hicimos clientes, conocidos, y no nos perdíamos de pasar a la mañana o a la tarde porque no sólo era un lugar comercial sino el de encuentro de los vecinos, el de la camaradería, el de las novedades buenas o malas de cada uno. En fin, un lugar de intercambio social imprescindible. Sin embargo a pesar de que a ellos, los dueños, les iba muy bien con sus ingresos, quisieron un cambio y votaron al gobierno actual. Y en el 2016 tuvieron que cerrar un negocio de más de cincuenta años, que habían heredado de los padres. Esa vereda se volvió mustia. El toldo que permanece enrollado tal vez espera, sin decirlo, nuevos aires para volver a brillar rojo en la mitad de la cuadra.


Por Graciela Vanzan








1 comentario:

  1. que enorme conjunción,de personas en una cuadra ,la calidez de unos y la frialdad ,de quien tenes pegado al lado .los jovenes con sus colores y el jubilado de la policia,con su cara de pocos amigos.Y esa jubilada que nunca falta en cada cuadra ,saliendo a la vereda para charlar un rato.EXELENTE ME ENCANTO GRA.

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