lunes, 10 de mayo de 2021

La faeneada

Todavía los resabios de la hiperinflación se hacían sentir en casa. La convertibilidad sólo había acomodado a algunos en el pueblo, pero el resto seguía intentando sobrevivir con lo poco que le valía la plata. En mi casa éramos unos de esos, un puñado de niños para alimentar con poca plata.

Yo era uno de ellos, tenía cinco años. Ya estaba bien entrado el otoño porque las hojas de los árboles se ponen amarillas y rojas en la orilla del río. El pueblo se tiñe de distintos tonos cobrizos que se mezclan con la aridez de las montañas. Es mi época favorita del año. El viento helado empieza a meterse por debajo del cuello de la camisa y te endurece las orejas y la nariz.

Recuerdo que esa mañana me despertó el valar de los cabritos y las voces apuradas de hombres. Solo reconocí la de mi papá. Era bien temprano porque mi hermano que iba a la escuela aun no se había levantado y roncaba en la cama de al lado. Miré por la ventana y vi mi papá en el patio, con otros hombres, carneaban los cabritos y repartían las partes debajo del nogal. Todo un ritual.

Trabajaban satisfechos, pero a contrarreloj. Se les notaba el nerviosismo y la adrenalina en los ojos, la sangre en las manos y los cuchillos, las vísceras de los animales en unas palanganas. Apenas alguno se aseguraba su parte se iba presuroso y así cada vez iban quedando menos.

Lo de mi mamá atendiendo a la policía y mintiéndole, lo entendí ya de grande. El asunto era que como salía muy caro comprar carne en el mercado o en el matadero, algunas personas se juntaban y compraban el ganado directamente a los campesinos de la zona. Luego carneaban los animales y se los repartían. Salía mas barato, pero esa práctica era ilegal; el ganado no había pasado por ningún control bromatológico o municipal y por eso la policía había llegado a casa.

-Que acá no carneamos ningún animal. Que seguro que se dejan llevar por los chismes de los vecinos. Que si no trae una orden del juez a mi casa ustedes no van a entrar. Que ahora ya no pueden hacer lo que se les dé la gana- y el sonido del portazo.  

Mis padres discutieron un rato y después se abrazaron. No los vi abrazarse muchas veces en mi vida. Pero en ese momento corrí a sumarme yo también al abrazo y formar una especie de árbol.

¿Qué hacés despierto? Andá a ponerte algo en los pies – me recriminó mamá.

Recuerdo que ese día comimos un asado. El primer asado después de mucho tiempo de comer arroz con cebolla y sopa de verdura con fideos munición. Papá prendió el fuego y yo estuve todo el tiempo al lado de él que me explicaba cómo se ponía un cabrito en la cruz, que a las llamas queda mas rico que a las brasas, que un poquito de harina para que quede crocante el cuerito.

La policía dio vueltas a la manzana todo el día, yo creo que en el fondo querían que los invitemos a comer aunque no tengan la orden del juez para entrar.


Por Marcos Gutiérrez

 

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