martes, 9 de abril de 2019

La plaza es un domingo temprano

La esquina un domingo a la mañana sintetiza un paisaje de gestos distintos a otros días de la semana. Con menos tráfico que cualquier otro, el amanecer tiene un ritmo enloquecedor, a veces peligroso, que se diluye con la entrada en la media mañana. Ahí todo parece calmarse y la Estación de Servicio se transforma en una especie de mirador que todo lo ve.

Carlos, es el vagabundo que siempre duerme en la plaza. Son las 6 y se restrega los ojos partidos por el humo y un sueño indomable. Se para en el banco y trata de ver si los empleados de la YPF le habilitan su ingreso. Es un código de todos los días. Él se para en la madera roja y chista de un modo especial. Después, desde el playón, uno de los muchachos le hace el gesto del aterrizaje para en realidad decir que el baño está habilitado. Ya cuando procuraba cruzar la calle de regreso, más liviano, los playeros le dieron una vaquita a base de propinas en un vaso de café con leche para que desayune. Pidió un café con leche de la máquina y volvió al banco de la plaza lentísimo. Se lo tomó de a sorbos y ya se paró para irse. Por la vereda de enfrente, un viejo de anteojos gruesos y birrete, camina hacia la plaza con una pequeña bolsa de nylon en una mano. Vienen tan lentos que parecen dos caracoles que se cruzan en el camino. Se interceptan y parece una escena habitual. El abuelo le da la bolsita a Carlos y conversan algo. Después se dan un abrazo y se despiden: el vagabundo para el lado de la Estación Ferroviaria, el abuelo. hace un rodeo por la esquina de enfrente a la YPF, y después toma la vereda del largo paredón que conduce hacia el cementerio.
Debe ser una sensación, pero desde que se quedó solo, cada domingo que pasa, aumenta su inclinación hacia adelante. La espalda se curva otro grado y la cabeza se le asoma hacia el pecho. Mientras el abuelo camina lento y se pierde en el paisaje dominguero, por la avenida viene el colectivo, llega a la esquina y frena. El hombre que barre en un escobillón de la YPF detiene su tarea y de manera sutil cambia de función para convertirse en soporte y cómplice silencioso. Bajan dos señoras perfumadas y con ramos de flores. Después, un policía con sueño que viene de terminar su guardia:

-¿Podes creer? Mirá toda la basura que deja ese viejo sucio ahí- gruñe con veneno el oficial de bigotito mosca mientras les señala un banco rojo de la plaza a las señoras que sacuden la cabeza en señal de indignación.

Tras dos minutos en esa esquina con el motor encendido, el colectivo movió despacio y desde adentro una piba pegó un salto y casi se cae, pero no. Baja ella y logra salir a pie en dirección del policía gruñón de bigote mosca. La piba se pone los auriculares y camina como flotando por la música. No sé que escucha, creo que reggae porque aparece como un ligero movimiento acompasado hacia adelante. Cierra los ojos y parece que entra a otro planeta en el que no se siente la quietud de un domingo por la mañana. Creo que mi imaginación se va con ella. Se deja deslizar a centímetros del suelo mientras, en frente, el escobillón quiere y no quiere barrer... ¿será una metáfora del séptimo día? No sé, yo ya me fui, soy una sombra errante que camina al sol.

Por Alberto Alaniz

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