lunes, 6 de julio de 2020

El fantasma de la guadaña

“A la vida le da sentido la muerte”, dijo ella. Las palabras siguen dando vueltas en mi cabeza. Hasta hoy no había comprendido el sentido de mi existencia, mirá donde vengo a encontrar una respuesta. Heme aquí, parado en el respaldo del sofá, junto al cadáver del viejo. La película del Dr. Strange acaba de terminar y el pobre ni siquiera pudo ver el final. Estuvo buena, yo por lo memos la vi completa. Pero él, pálido y encogido, fue cayendo en el sueño sin retorno hasta su fin. Observo sus manos, delgadas y curtidas, se ve que han trabajado mucho. Pienso en los innumerables muebles que han construido, y en la hermosa familia que crió e imagino que dejó su legado en esta tierra. Seguramente amó y fue amado, seguramente tendrá alguien que llore su partida. Y como todo ser humano tuvo libre albedrio para cambiar las cosas si no funcionaban como quería. En cambio yo, nunca tuve nada de eso. Mi destino es vagar entre el dolor y la culpa. Cuando llego yo, solo escucho llantos, no conozco risas. Cuantas veces, ante un lecho de enfermo, al contemplar sus ojos suplicantes, quise renunciar. Pero no puedo, yo no tengo libre albedrio como ellos. Y se supone que tampoco tengo corazón, pero con los años que he pasado entre los hombres, parece, que algo ahí adentro está asomando, no sé qué es, pero duele. A veces parece una chispa, una repentina descarga de corriente, la siento cuando rozo la mano de un niño, los ojos de una madre, los labios temblorosos de un inocente. ¿Será lo que llaman culpa, tal vez? Aunque yo no soy culpable de este drama, yo no creé las reglas, ya estaban funcionando cuando llegué. 
Algunas noches, después de mi trabajo, suelo sentarme en el techo más alto de una iglesia y contemplo el cielo vivamente estrellado. Me pregunto donde está el que me creó. A veces incluso también le hablo y le pregunto cosas como estas, básicamente, para qué rayos estoy aquí y por qué. Siempre pensé que el mundo sería mucho mejor sin mi existencia. Pero hoy, esas palabras… Tal vez sea verdad, tal vez si yo no existiera la vida no valdría nada. Las personas menospreciarían la belleza de las cosas simples: el aroma de una flor que crece y muere en un instante, la maravilla de ver salir el sol un día más, caminar al lado de un ser querido sintiendo el viento en la cara, abrazarse y decirse cuanto se aman mientras aún hay tiempo. Parece que cuantos menos días quedan, cada día vale más, cada segundo cuenta y se aprecia de otra manera. Nunca lo había pensado antes pero ahora creo entender mi papel en este teatro, perdón mente cósmica por los insultos que alguna vez dije, supongo que tú ya sabías todo esto. 
La noche es larga, y todavía queda hilo por cortar…literalmente. Dejo al viejo en su sofá, mañana será noticia. Reviso mi lista una vez más, no puedo llegar tarde a ninguna cita, por eso de que algunos dicen “la muerte a veces tarda pero siempre llega”, habladurías, yo no tardo nunca, siempre soy puntual, es el propósito de mi existencia. Y vos, el que está leyendo esto, espero estés cumpliendo con el tuyo, antes de que sea tarde y llegue yo. 

Por Valeria Gorlero

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