Recorro con mi mente cada
rincón y me doy cuenta que mi querido barrio también me permite llevar adelante
rituales que sanan, que calman, y también me energizan. Algunas veces, cuando
ando medio caído de ánimo, me voy hasta la esquina de la calle 5 y 528 donde
hay un mural de “La Guardia Hereje”. Por lo general me compro una birra en el
kiosco que está justito enfrente, me siento a mirar esa hermosa calavera tanguera
y quedo en silencio varias horas; quizás tarareando alguna letra de Alorsa,
quizás esperando alguna respuesta a una muerte tan temprana, tan injusta, tan
dolorosa. Casi siempre lloro un rato y pasado unos minutos, ya estoy más
liviano; como en paz con la vida, con mi viejo y conmigo mismo.
Otra cosa que me gusta de
Tolosa son esas casitas con patio al frente. Son patios donde no abundan los
metros cuadrados, pero sí el verde, las flores y las sillas playeras. Me
encanta cuando paso caminando y los veo habitados por sus dueños que, mate va,
mate viene, charlan sobre fútbol, política y otras yerbas en un modo filosófico
con el entrecejo fruncido.
Otra cosa que me apasiona de
mi barrio es su buen oído para la música. Muy de vez en cuando se puede
escuchar algún reguetón saliendo de alguna ventana que da a la calle, pero a
menudo suena, sobre todo los fines de semana, mucho de nuestro querido rock
nacional: Fito, el Flaco, Charly, Los Redondos o Ciro son algunos de los
artistas que le ponen sonido y cariño a mi querida Tolosa. Para mí los vecinos
son como una parte de la familia. Cuando veo a alguien que se lleva mal con su
vecino, veo lo peor del ser humano. ¿O hay algo más feo que no tener buena onda
con la persona que vivís al lado? Eso por
suerte en estos lados no pasa, o pasa poco. El Flaco Spinetta siempre decía "Cuidá al que tenés al lado”
y eso parece que en Tolosa lo tenemos bien aprendido.
Saliendo de mi casa a la derecha, a poquitos
metros, se encuentra la casa de Rubén, un señor de unos 60 años que sale todas
las mañanas bien temprano a trabajar en bicicleta. De estatura baja, pelo
castaño, ojos marrones medios tristones y manos grandes llenas de arrugas. Rubén
se dedica a vender alfajores en alguna esquina del centro o lava los autos en
el estacionamiento de un restorán donde van a comer los “picotudos”, como les
dice él a la gente pudiente. Rubén fue secuestrado y torturado por los milicos,
pero no quiere venganza, sólo pide justicia. Hace 10 años le mataron a una hija
y no quiere la pena de muerte para el femicida, quiere que el asesino cumpla su
pena y que no haya más femicidios. Tener una conversación con Rubén equivale a
leer 10 libros Zen o toda la bibliografía entera de Pilar Sordo. El martes
pasado me lo crucé unos minutos y estuvimos charlando:
- Ando medio indeciso porque lo queremos cambiar
de colegio a mi hijo Blas y no nos animamos; no sé qué hacer- le comenté y
esperé ansioso su respuesta.
-Siempre que tengas dos caminos, agarrá para el
lado desconocido…siempre- dice y quedan las palabras suspendidas- Si después
querés volver…volvés. Pero descansá de lo conocido.
Mi casa está en un pulmón de manzana así que
estoy rodeado de otras casas, algunas con grandes patios, otras con más
pequeños, pero todas con parrilla. Los domingos es una fija ver el humo
saliendo por las chimeneas y me da una sensación de placer. Quizás yo no prenda
la parri ese día, pero la prende Eduardo y lo celebramos todos. Es el aroma del
triunfo de entrecasa.
El menú tolosano de posibilidades es amplio: si
queres despejarte o hacer ejercicio, tenés la rambla de 32. Si querés una
golosina a las 12 de la noche, el kiosco más copado y completo de la ciudad es
un oasis en el desierto y se llama “El Principito”. Si sos pincha y querés
emocionarte, pasá por las casas donde viven las familias del Ruso Prátola o de
Alejandro Sabella, quedan a una cuadra de distancia sobre la calle 4.
Ahora estoy en mi pulmón de manzana. Veo la
comunicación del humo saltar entre los paredones y se oye el crepitar de las
brasas. A unos metros mi huerta emana esa mixtura natural con la tierra mojada
de la que voy a sacar un poco de albahaca para la ensalada. Me corre una
sensación de bienestar por el cuerpo que intuyo que es la certeza: Tolosa es mi
guarida, mi pequeña isla de cemento y pasto en la que yo, mi familia y los
vecinos formamos un lazo sanguíneo de patria chica.
Por Pato Lombardi
Ph: Pato Lombardi