Me aterra que no haya regreso, pero más me aterra que no haya nadie. Palpar el vacío. Sin embargo siempre hago una prueba que se repite en todos mis sueños que es intentar volar. El recurso es sencillo: levanto los brazos, hago fuerza y descubro que sí, que floto en el aire, que mis brazos ejercen una repetición liviana y me elevo como un globo aerostático. Y en ese trance estoy cuando me doy cuenta que es un sueño y me entrego para disfrutarlo completamente.
Me libero de toda la tensión, juego con lo inexistente. Recreo escenarios deseados, abrazo personas que quiero abrazar y digo un montón de cosas ridículas: sé todo el tiempo que estoy soñando.
Aparecen entre acantilados de ese paisaje mesitas de bar, personas sentadas, música, puestos de comida. Están todas las personas con barbijo.
Recuerdo que yo siempre te contaba de eso, que cuando me aterro hago el movimiento leve de los brazos y si la ley de gravedad no me retiene, me libero onírica para volver de este lado, desde donde te estoy escribiendo y ya sabes del modo en que le temo a la muerte. Así que me asomo tras las luces verdes de las plantas, miro al abismo y me arrojo.
Ya desperté, quedate tranquila.
Me encantaría tener esta conversación con vos en ese piso trece tras las espaldas de la Catedral, con esas torres aún no construidas y los murciélagos que entran justo antes de que el sol ilumine el convento de las monjas del Renault 12, ¿te acordas? Cómo bailaban con los perros, y lo que siempre nos preguntamos ¿Cómo no se quitan los atuendos? ¿Cómo hacen y qué habrá debajo con treinta y tres grados de calor? Nunca logramos verles el pelo, pero si los pies. Se quitaban los zapatos apenas el portón las aislaba del mundo.
Hace tiempo quiero hablarte de esto ¿Te acordas cuando te tiré la idea de armar un cementerio virtual? Fue hace más de veinte años. Estábamos en ese piso trece que era mi guarida, mi departamento primero al que llegué eyectada por un núcleo familiar que estallaba de delirio. Y mientras preparábamos algún trabajo práctico para presentar, te miré con ojos de gran idea y empecé a delinear todo un plan macabro. Aun no existía Facebook, ni Twitter, ni Instagram. Qué decir, aún no existía el msn ni Hotmail. Todavía no había llegado el primer celular con forma de zapato del agente 86. Yo regresaba de viajar por primera vez de Ecuador y quería irme para siempre, pero no lo hice y se me ocurrió eso. Te lo propuse seriamente, como cuando se habla con frente para arriba y se aseveran las líneas que marcará luego el tiempo.
Un cementerio virtual. Aún ni los blogs existían. Teníamos alguna empresa que nos proporcionaba internet y era todo muy nuevo. Vos, que siempre me seguías en todas, no dudaste un segundo en subirte a mi cabalgata desopilante y me contaste que tenías familiares dueños de una empresa mortuoria. Entonces, esa noche, vos y yo comenzamos el plan marketinero ¿Cómo sería un cementerio virtual? Rodeamos la mesa, pusimos los papeles en el centro y comenzamos a anotar ocurrencias. - Un lugar donde todas las personas puedan dejar sus mensajes, palabras, recuerdos - un terreno virtual pago- dijiste.
Si hay algo que nunca supe hacer es cobrar algo -ya lo sabemos- pero jugaba a hacerme la empresaria con vos y no sé por qué con un tema tan hostil como la muerte. Vos tenías más temple de clin caja, y yo era una nostálgica a cuerda. Teníamos veinte años y éramos dos mujeres niñas jugando en la madrugada. Pensamos en el diseño del sitio, el nombre, el logotipo. Queríamos trasladar la escena de un pasto seco o esas cenizas que cayeran deseadas a un espacio físico, concreto, cargado de presente. Esa noche nos sentimos como Einstein develando el primer chispazo del choque de cobre a cobre. Lo más lindo de nuestra amistad es que no importaba quien deliraba primero porque la otra la seguía a ojos cerrados. A veces la amistad es así de entera.
Ahora estoy en una calle de Villa Elisa e intento regresar a mi casa. Hago unos pasos y de repente todo se vuelve un bosque púrpura y oscuro pero con luces estridentes. Un espacio selvático absolutamente ajeno pero bello. La angustia no tarda en explotar por dentro. Miro hacia atrás y no hay nada ¿Cómo llegué acá? ¿En qué momento estoy acá? ¿Qué es este lugar? Apenas es un encierro maravilloso. Por Sofía Schnack
Exelente que lindo leerte,te felicito.
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