lunes, 6 de mayo de 2019

El libro

Cuando elegí hacer este trabajo hace tiempo atrás, entre tantas otras cosas fue porque entendía que nunca iba a convertirse en algo monótono. Desde chico nunca me gustó eso de hacer todos los días lo mismo. Esa cosa de no saber si lunes o jueves eran diferentes a no ser porque cambiaban apenas el número del viejo almanaque que mi abuela tenía colgado en la pared sin revoque de la cocina . Eso pensaba entonces, bueno; aunque también pensaba en que la vida iba a ser bastante diferente, a mediados de los ochenta cuando los sueños ocupaban más espacio en mi cabeza que mi raciocinio. Ahora, con más de cincuenta, no abandoné mi profesión y tampoco los sueños.


Así que acá  estoy, arriba de la camioneta mientras espío el mes de mayo de 2019. Orejeo los días como si fueran naipes de algún partido de truco y como tal -aunque todos los puntos valgan lo mismo no todos se juegan de la misma manera- con igual intensidad . Algunos podes jugarlos callado, mientras esperas lo que el destino tiene preparado, y otros, como hoy, que tenes tanto para decir que no podes silenciarlo porque  pareciera que te vas atragantar con las palabras.  Sentís que tenes treinta y tres de mano y el ancho de espada amaneciendo, mientras del otro lado ya casi te daban por perdido.

Es jueves y al final eso de esquivarle a la  monotonía no resulta tan real, así que como todos los jueves durante los últimos veinte años y casi con milimétrica precisión horaria, llego a la antigua librería metida en pleno barrio tripero en el que los adoquines se resisten a ser expropiados de la Historia al igual que el bar que se encuentra en diagonal, y todavía conserva su fachada de chapa y las botellas de Cinzano sobre las mesas de madera desde temprano, como antaño, cuando las visitas eran más frecuentes.

Abro la puerta y del otro lado sus dueños: Monica y Rubén. Nombré: Barrio tripero; adoquines, bar de chapa, toda una pintura donde lo popular encaja con extrema justeza. Sí, todos menos ellos que parecen haber sido teletransportados desde el centro mismo de Recoleta a esa esquina, sin siquiera pisar un charco o una baldosa floja y mucho menos haber escuchado el gol de terremoto Perdomo, el día que todos los hinchas del lobo sostienen -que por los festejos del gol del uruguayo -se movió la tierra.
Ellos, no están pasando buenos momentos: las ventas no son las mismas que hace unos años atrás,sus hijos -destinatarios directos del negocio familiar-  tuvieron que salir a buscar trabajo a otro lado porque las cajas se achicaron. Pero nunca,aún en estos tiempos ,admitieron haber equivocado el camino. Todavía los recuerdo el día que asumió este gobierno: prendieron la tele que solo se encendía en los mundiales y elogiaron la finura de Juliana y los vestidos de Mirtha y de Susana . Fue frecuente para mi, durante estos años,  escuchar las diferentes excusas: la lluvia ,el frío,el calor, los maestros que paran y por supuesto la frase preferida que les brotaba con furia volcánica: SE ROBARON TODO.


Mientras acomodo mi maletín sobre el mostrador saludo y no hizo falta que yo ni ellos dijéramos nada. No. Fue la primer clienta la que se encargó de todo:
-¿Tenes el libro de Cristina?- preguntó con una mezcla de deseo y de esperanza. Minutos más tarde vinieron dos más y yo, con la certeza de mis cartas, no pude contenerme y les dije con voz fuerte como cantándoles falta y envido truco:
-Parece que por fin se reactivó la economía.


Por Fabian Capponi

6 comentarios:

  1. Qué hermoso relato Fabián! Es como que te estamos viendo! Las imágenes son poéticas. Me encantó el almanaque en la pared descascarada y tú final truquero! 👏👏👏

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  2. muchísimas gracias a todos por la paciencia .

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  3. Muy bien transmitida tu personalidad e ideas en este relato

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