jueves, 16 de mayo de 2019

Un error de cálculo

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-La maté con su propia pistola. Una Lady Beretta 21 A Bobcat. Todo fue una confusión. ¿Cómo iba a saber que era una trampa?
Estaba subiendo al avión cuando la veo venir. La reconocí por la foto. Se sentó a dos asientos de distancia… la puta… Tenerla tan cerca me puso nervioso. La idea era volar una hora y media. Llegar a destino, hacer mi trabajo y volver en el mismo chárter que salía a la mañana siguiente. Así que cuando el avión llegó al aeropuerto, bajé rápido, agarré la valija y me tomé un taxi.
- Al Hotel Internacional, por favor.
Me presento en conserjería. Ya tenía habitación reservada. Me entregan la tarjeta y subo al octavo piso. Abro la valija y me doy cuenta que no es la mía. No había demasiadas cosas en ella: la pistola, por supuesto, una muda de ropa, algo de cremas y unos maquillajes y el sobre papel madera. Lo abrí, intrigado. Las instrucciones decía: CONTACTAR A ADALBERTO, o Edmundo, no recuerdo bien, AL TELÉFONO 489-5678. RECIBIRÁ INSTRUCCIONES. Quedé desconcertado. Dos personas en la misma ciudad, pequeña por cierto, para un trabajo era mucha casualidad, así que empecé a ver cuáles podrían ser las variables.
Lo primero que hice fue averiguan si en el hotel estaba hospedada la que era mi objetivo. Tal como lo sospeché. Un piso más arriba estaba mi maleta también casi vacía. Por costumbre había aprendido a memorizar las caras y jamás llevar información conmigo. En ese sentido estaba tranquilo.
Lo segundo que tenía a saber es quién es Adalberto, o Edmundo. Él sabía que lo contactaría una mujer, así que le pasé los datos a una amiga para que arregle una cita.
-¿Nos puede dar el nombre de su amiga?
-Eso no tiene importancia, por ahora. ¿Puedo seguir?
-Siga.

-Como decía, le mandé los datos a una amiga. Le pedí que fuera lo más rápido posible.
Pasaron quince minutos, media hora, una hora. Estaba cada vez más nervioso. Le volví a escribir. No me contestó hasta dos horas después: a las diecinueve. Bar Sportman. “¿Ninguna otra seña?” pregunté. “No”. Fue la repuesta.
Cómo iba a hacer para reconocerlo no tenía ni idea.
A las dieciocho bajé. Pregunté dónde quedaba el bar Sportman. El conserje me indicó con un mapita para turistas que me guardé en el bolsillo, junto a la Beretta. Quedaba un poco lejos pero tenía tiempo, así que decidí ir caminando. Antes de salir consulté si alguien había preguntado por mí. La respuesta fue negativa. Mientras caminaba me rondaba una cuestión en la cabeza: Porqué la mina no me había buscado. Tal vez no sabía nada de mí. Aunque parecía rara esa hipótesis. ¿Será que el contacto le va a dar la información que falta? Me la imaginaba alterada con una valija abierta, un calzoncillo, unas medias y una Smith and Wesson calibre 38 limada y nada más. Después de cuarenta y cinco minutos de caminata llegué al bar. Un viejo bar de madera, en una esquina donde lo único iluminado eran las ventanas cuadradas del local. Entro y hago un paneo. De repente, una cara conocida. Primero me alegró ver a Alfredo. Me acerqué a saludarlo. Él se puso pálido.
-¿Qué hacés acá? preguntó y su voz temblaba, en realidad todo en él temblaba. Le dije que estaba por trabajo. Empezó a transpirar y yo a sospechar.
-¿Y vos qué hacés acá?- retruqué yo al instante.
-Lo mismo que vos. Trabajo.
Ahí me di cuenta de todo. “Me tengo que ir”, me dijo de repente. Me ofrecí a acompañarlo. No quería pero yo insistí. Nos fuimos alejando del bar a zonas cada vez más oscuras. En un momento lo paro, lo miro a los ojos, le digo traidor y le disparo con la Lady Beretta en pleno corazón. Lo dejé desangrándose en medio de la noche mientras me pedía perdón y yo contestaba por lo bajo: “Perdón las pelotas”.
Cuando llegué al hotel pregunté por la habitación de Ana. Subí a mi cuarto, la llamé y le dije que me disculpara, que seguramente estaba preocupada por su valija, que lo que pasa es que me quedé dormido, que mil disculpas. Agarré la valija y se la llevé. Golpeé a la puerta. Sabía que no me iba a disparar. La 38 se hubiese escuchado en todo el hotel. Abrió la puerta y me indicó con la mano que pase. “Yo tengo la suya”, dijo. Se dio vuelta para agarrarla. Entonces la tomé por la espalda tapándole la boca y le disparé en la sien. Cayó muerta en el acto. Me puse guantes de látex y limpié el arma. Se la acomodé en la mano. Volví a la habitación, tomé mis cosas y me marché del hotel. Anduve deambulando hasta la mañana, me tomé un taxi y fui al aeropuerto. Es todo lo que tengo para decir.
Por Graciela Cristina Cañas
PH:José Luis Di Lorenzo

2 comentarios:

  1. Buenísimo Gra! Un texto fuerte y convincente. La pasión humana al desnudo . Me encanta

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  2. exelente graciela,cuando te lo escuche leer me fue atrapando y con ganas de mas.Ahora que lo leo mi sensacion es la misma.

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